Un amigo de un amigo que prefiere ser nombrado como redbluecrow dijo que quería reescribir la Biblia a su manera y viajar al pasado para reemplazar la Vulgata de San Jerónimo por la suya. Nos dijo que miremos en los cajones de las mesas de luz de los hoteles a los que fuéramos porque nos encontraríamos con una sorpresa. Como la reescritura bíblica le llevaría mucho tiempo, de momento se estaba dedicando a la construcción de la máquina del tiempo con la cual viajar al pasado.
Me pareció una buena idea comenzar por la máquina del tiempo si la reescritura le parecía tan trabajosa. Así, cuando hubiera acabado el Antiguo Testamento y sintiera que le quedaba poco tiempo, podría viajar a su primera juventud para continuar la sagrada reescritura, y cuando hubiera terminado el Nuevo Testamento y todavía le faltaran los anexos podría volver a viajar al pasado para ganar tiempo, y así siguiendo. Pero no entendí lo de los cajones de las mesas de luz de los hoteles y le pregunté a qué se refería, y me dijo que estaba pensando en las Biblias que los evangelistas dejan en todos los hoteles de Occidente.
Yo creo que esas biblias cajoneras están sólo en los hoteles de EEUU, no en todo Occidente, pero no puedo dar fe. En los hoteles porteños, en todo caso, si los evangelistas dejaran biblias lo más apropiado sería ponerlas junto al calefón. El quid es que según la versión más consensuada sobre viajes temporales, si alguien viajara al pasado y reemplazara la Biblia, a partir de ahí todos los hechos posteriores incluirían esa nueva Biblia como válida, es decir que también nuestros recuerdos incluirían esa Biblia y no la reemplazada, por lo tanto no tendríamos ninguna sorpresa al encontrar su Biblia en nuestra mesa de luz: sería la de siempre.
Y me quedé pensando en esta cuestión (como ya les conté hace tiempo, las historias de bucles temporales siempre me gustaron, me entretiene mucho pensar en semejantes vericuetos). Si aceptamos que si alguien pudiera viajar al pasado e intervenir, su intervención alteraría no sólo los hechos posteriores sino también nuestro recuerdo de los hechos, entonces podría estar ocurriendo que nuestro presente esté siendo modificado contínuamente por viajeros temporales, lo que pasa es que como en el mismo momento en que los hechos son modificados también se modifican nuestros recuerdos, nunca nos damos cuenta. Podría ser que el blogger haya sido creado hace dos minutos, o que dentro de cinco internet no haya sido creada jamás. Podría ser que Douglas y Tony, los científicos de El tunel del tiempo, sigan yirando de un tiempo al otro, metiendo la gamba en cada época en la que aparecen, modificándonos contínuamente. Nosotros no nos damos cuenta, vivimos como si la Historia siempre hubiera sido la que leemos en los libros, y sólo ellos pueden recordar las distintas versiones que crearon a su paso de elefante por todas las dimensiones temporales y parietales del universo.
La idea de volver para atrás en el tiempo para tener más de él para hacer lo que uno quiere no es mía sino de un cuento de Alfred Bester, donde un inventor en su vejez se da cuenta de que si en su juventud hubiera sabido todo lo que sabe de viejo, podría haber inventado muchas más cosas, entonces viaja al pasado, se encuentra consigo mismo de joven, y se transmite a sí mismo todo lo que aprendió más tarde. En consecuencia hace inventos todavía más revolucionarios, y cuando llega nuevamente a su vejez vuelve a pensar que podría haber aprovechado mejor el tiempo si hubiera sabido más cosas, entonces vuelve a viajar al mismo momento de su juventud para decirse todo que aprendió. Con sus nuevos conocimientos crea inventos todavía más prodigiosos, y cuando llega de nuevo a la vejez vuelve a pensar lo mismo… pero cuando viaja al pasado por tercera vez, es tan avanzado lo que tiene que transmitirle a su yo joven, que el joven no lo escucha, cree que está hablando con un viejo loco, y lo ignora. Al final del cuento la línea temporal válida es la misma que se había dado al comienzo sin intervención en el pasado, diríamos que tanta intervención termina anulando su efecto.
Me gusta mucho este cuento, lo leí en algún número de El Péndulo, y cuando logre recuperar el resto de mi biblioteca quiero leerselo a Manuel. Pero aunque esta idea fue lo que tenía en mente cuando hice mi comentario al sagrado reescritor, en realidad lo que estaba proponiendo era un poco distinto: cuando esté en su vejez y todavía no haya acabado su obra, con la máquina del tiempo podría viajar a un punto anterior de su vida donde todavía tiene tiempo por delante para escribir lo que le falta. Con una máquina así no seríamos eternos, pero casi.
Otra posibilidad sería la del “milagro secreto” de Borges, donde un escritor condenado a muerte recibe de Dios el regalo de un año contenido en un segundo para poder terminar su obra. No hay viaje temporal sino distintas percepciones del tiempo: lo que para el pelotón de fusilamiento es un segundo, para el escritor, en su mente, es un año, y logra redactar mentalmente su obra (es su mente, porque en ese año su cuerpo también está inmóvil frente al pelotón de fusilamiento). Pensar en esto me lleva a plantearme otro tema: ¿qué nos importa cuando creamos: la obra en sí, más allá de su recepción, o también nos importa poder compartirla? Terminar una obra pero que sólo esté en nuestro cerebro y nadie se entere de ella, ¿es terminarla? El milagro secreto de Borges tiene algo de chiste divino: te doy la gracia de terminar tu obra pero en el mismo segundo en que la terminás, te morís y con tu muerte tu obra también desaparece como si nunca hubiera existido. Parece un chiste negro…
Todo esto se entronca con otras cosas que vengo pensando hace meses más complejas que lo que suelo publicar, por eso nunca logro sentarme a escribirlas… a ver si lo consigo algún dia. Tendrá que ser sin intervenciones divinas ni viajes temporales, me temo que me las tendré que arreglar solita.
Addenda: releí "El milagro secreto" al buscar el enlace y me volví a maravillar: recordaba la idea, pero no cuán magistralmente que está escrito. Por favor, léanlo y reléanlo: cada palabra es una joya, cada idea es un universo. Y la gota detenida durante un año en la mejilla de Hladik merece un sitio de honor en cuentogotas.
Fotografías: Hector Garrido, The Time Tunnel, laradanielle (fragmento)
LIBROGS - Mis libros en el éter informático
Me expando en la ué como gayeta en el agua
Mi tercera modesta contribución para la Paz Mundial: la piropoterapia
Por estos lares existe algo que se llama Teràpia del Riure, es decir "terapia de la risa", supongo que existe en más lugares también. Por lo que me contaron consiste en juntarse y empezar a contarse chistes para terminar riendo. Según leí, está científicamente comprobado que la risa es un buen ejercicio, oxigena, lubrica ojos y naríz, reduce dolores, rejuvenece, previene el infarto, facilita el sueño, elimina el estrés, alivia la depresión y ayuda a exteriorizar emociones y sentimientos. No me hace falta probar el Taller para saber hasta qué punto es cierto que la risa es sumamente benéfica.
Hace poco leí un artículo que dice que ya comprobaron científicamente los beneficios de los abrazos y el buen trato entre las personas que se quieren (yo extendería el principio también a las personas que no tienen nada en común entre sí, es decir: si todos nos tratáramos mejor los unos a los otros, seguro que todos nos sentiríamos mejor). Cuando las parejas se abrazan, sube el nivel de oxitocina, una hormona que previene problemas del corazón (me refiero al músculo, no al alma). Por lo tanto recomendaban abrazarse una vez al día para reducir el riesgo cardíaco.
Por mi parte recomiendo la Terapia del Piropo. No puedo aportar datos científicos, pero mi experiencia me demuestra que piropear es muy terapéutico, no sólo cuando recibimos un piropo sino también cuando lo decimos. Imagino que piropear no es tan buen ejercicio como la risa porque intervienen menos músculos, no lubrica ojos y nariz (pero si piropeamos mucho podemos llegar a lubricar otras zonas) y probablemente tampoco oxigene, pero por lo demás supongo que tiene los mismos efectos que la risa: reducir dolores, rejuvenecer, prevenir el infarto, facilitar el sueño, eliminar el estrés, aliviar la depresión y ayudar a exteriorizar emociones y sentimientos. Recibir un piropo fortalece la autoestima y la confianza en uno mismo, y regalar un piropo eleva el nivel de bienestar y alegría a nuestro alrededor. Además sigo convencida por Ricard: realizar buenas acciones nos hace sentir mejor y ser más felices. Cuando recibimos piropos intentamos estar a la altura de lo que recibimos y ser cada vez mejores, y cuando regalamos piropos destacamos las cosas buenas de las personas que nos rodean en vez de destacar lo que no nos gusta.
Por lo tanto, piropéemonos más, recibamos con alegría todos los piropos, mejorémonos a nosotros y al mundo que nos rodea!
Hace poco leí un artículo que dice que ya comprobaron científicamente los beneficios de los abrazos y el buen trato entre las personas que se quieren (yo extendería el principio también a las personas que no tienen nada en común entre sí, es decir: si todos nos tratáramos mejor los unos a los otros, seguro que todos nos sentiríamos mejor). Cuando las parejas se abrazan, sube el nivel de oxitocina, una hormona que previene problemas del corazón (me refiero al músculo, no al alma). Por lo tanto recomendaban abrazarse una vez al día para reducir el riesgo cardíaco.
Por mi parte recomiendo la Terapia del Piropo. No puedo aportar datos científicos, pero mi experiencia me demuestra que piropear es muy terapéutico, no sólo cuando recibimos un piropo sino también cuando lo decimos. Imagino que piropear no es tan buen ejercicio como la risa porque intervienen menos músculos, no lubrica ojos y nariz (pero si piropeamos mucho podemos llegar a lubricar otras zonas) y probablemente tampoco oxigene, pero por lo demás supongo que tiene los mismos efectos que la risa: reducir dolores, rejuvenecer, prevenir el infarto, facilitar el sueño, eliminar el estrés, aliviar la depresión y ayudar a exteriorizar emociones y sentimientos. Recibir un piropo fortalece la autoestima y la confianza en uno mismo, y regalar un piropo eleva el nivel de bienestar y alegría a nuestro alrededor. Además sigo convencida por Ricard: realizar buenas acciones nos hace sentir mejor y ser más felices. Cuando recibimos piropos intentamos estar a la altura de lo que recibimos y ser cada vez mejores, y cuando regalamos piropos destacamos las cosas buenas de las personas que nos rodean en vez de destacar lo que no nos gusta.
Por lo tanto, piropéemonos más, recibamos con alegría todos los piropos, mejorémonos a nosotros y al mundo que nos rodea!
Un frío de huskies
Después de la breve primavera a destiempo arreció el invierno de la mano de una soleada oleada siberiana.
El sábado Manuel y yo salimos a dar una vuelta y descubrimos que habían talado y desmalezado una orilla del río que antes era impracticable, dejando disponible para caminar una larga extensión antes inaccesible.
Del puente para allá el río se divide en dos vertientes, en una el agua corre con fluidez, en la otra el agua se ve siempre más lenta y casi estancada. Esta vez se veía marrón, cubierta de hojas secas y ramitas, y extraordinariamente quieta.
Apenas nos acercamos al agua Manuel empezó a tirar piedras al río, levantando salpicaduras. Tiró una piedra grande cerca de la orilla que extendió en la superficie del río una mancha azul grisácea. Como nunca sé cuán contaminada o no está el agua del río pero temo lo peor, me dije que sería alguna sustancia no grata para el ecosistema como detergente o algo así.
Entonces Manuel lanzó una piedra mucho más pequeña y en vez de penetrar en el río rebotó sobre su superficie varias veces y quedó por encima.
Asombradísima me dije ¿rebotó contra unas piedras? pero fue Manuel el primero en darse cuenta: ¡la superficie del río estaba helada! Las primeras piedras habían sido tan grandes que habían quebrado el hielo y por eso habían salpicado y no habíamos percibido el hielo. Y la mancha inusual era una enorme burbuja de aire atrapada bajo el hielo.
Nos dedicamos a explorar el hielo y jugar con él, probando dónde y cómo se quebraba, qué pasaba si lanzábamos distintos objetos, y cosas así. También me puse amirar el paisaje a mi alrededor con nuevos ojos, tratando de atrapar cómo daba la luz sobre el hielo y sobre el agua y las diferencias entre uno y otra.
Había algo muy subyugante que nos envolvía. La luz del sol estaba bajando y el hielo se veía mate, mientras que el agua no helada reflejaba miles de brillitos.
Por más estancada que pudiera parecer el agua, el hielo era otra cosa, tenía una calma y una inmovilidad diferentes. Estábamos rodeados de marrones, miles de pequeños matices de las mismas tonalidades por tierra y agua, pero el hielo transmitía otra cosa, un reflejo azul casi imperceptible, o no sé bien qué... pero era hermoso.
Creí que el hielo estaba embebido de los restos vegetales y terrosos, pero no (primera lección de química) el hielo era tan transparente como el de nuestra heladera o más, las hojitas y ramas estaban pegadas a él por debajo pero no lo enturbiaban.
Al otro día volví a la mañana con la cámara de fotos y saqué muchas. La luz ya no era la misma porque era el mediodía, el hielo no se veía mate sino cargado de brillo solar, como un gran espejo reflejaba su luz. Otra vez me impresionó su enorme quietud.
Más fotos en : http://www.flickr.com/photos/gotamarina/sets/72157625795072225/
El sábado Manuel y yo salimos a dar una vuelta y descubrimos que habían talado y desmalezado una orilla del río que antes era impracticable, dejando disponible para caminar una larga extensión antes inaccesible.
Del puente para allá el río se divide en dos vertientes, en una el agua corre con fluidez, en la otra el agua se ve siempre más lenta y casi estancada. Esta vez se veía marrón, cubierta de hojas secas y ramitas, y extraordinariamente quieta.
Apenas nos acercamos al agua Manuel empezó a tirar piedras al río, levantando salpicaduras. Tiró una piedra grande cerca de la orilla que extendió en la superficie del río una mancha azul grisácea. Como nunca sé cuán contaminada o no está el agua del río pero temo lo peor, me dije que sería alguna sustancia no grata para el ecosistema como detergente o algo así.
Entonces Manuel lanzó una piedra mucho más pequeña y en vez de penetrar en el río rebotó sobre su superficie varias veces y quedó por encima.
Asombradísima me dije ¿rebotó contra unas piedras? pero fue Manuel el primero en darse cuenta: ¡la superficie del río estaba helada! Las primeras piedras habían sido tan grandes que habían quebrado el hielo y por eso habían salpicado y no habíamos percibido el hielo. Y la mancha inusual era una enorme burbuja de aire atrapada bajo el hielo.
Nos dedicamos a explorar el hielo y jugar con él, probando dónde y cómo se quebraba, qué pasaba si lanzábamos distintos objetos, y cosas así. También me puse amirar el paisaje a mi alrededor con nuevos ojos, tratando de atrapar cómo daba la luz sobre el hielo y sobre el agua y las diferencias entre uno y otra.
Había algo muy subyugante que nos envolvía. La luz del sol estaba bajando y el hielo se veía mate, mientras que el agua no helada reflejaba miles de brillitos.
Por más estancada que pudiera parecer el agua, el hielo era otra cosa, tenía una calma y una inmovilidad diferentes. Estábamos rodeados de marrones, miles de pequeños matices de las mismas tonalidades por tierra y agua, pero el hielo transmitía otra cosa, un reflejo azul casi imperceptible, o no sé bien qué... pero era hermoso.
Creí que el hielo estaba embebido de los restos vegetales y terrosos, pero no (primera lección de química) el hielo era tan transparente como el de nuestra heladera o más, las hojitas y ramas estaban pegadas a él por debajo pero no lo enturbiaban.
Al otro día volví a la mañana con la cámara de fotos y saqué muchas. La luz ya no era la misma porque era el mediodía, el hielo no se veía mate sino cargado de brillo solar, como un gran espejo reflejaba su luz. Otra vez me impresionó su enorme quietud.
Más fotos en : http://www.flickr.com/photos/gotamarina/sets/72157625795072225/
Cómo robé El amenazado ante los ojos de mi psicóloga
En mi primera juventud y aún más lejana adolescencia tenía el hábito de visitar a una psicóloga llamada Élida. Durante varios años (salvo lapsos, omisiones o vacaciones) la visité una o dos veces por semana, siempre a la misma hora y los mismos días de la semana, como un programa de la tele. Nos sentábamos cara a cara en sillas de madera con una mesa escritorio entre nosotras, y conversábamos.
El escritorio era de madera oscura y tenía en la parte superior un vidrio del mismo exacto tamaño. Entre el vidrio y la madera había postales en distintas orientaciones y un poco torcidas (después descubrí que esto es bueno para el Feng Shui, pero no sé si Élida lo tenía en cuenta porque en esa época se hablaba poco del Feng Shui). Las postales eran en su mayoría reproducciones de cuadros, muy coloridos, había algunos de Dalí recuerdo, y entre tanta imagen había una fotocopia, letras negras sobre fondo blanco grisaceo de fotocopia, orientada siempe hacia mí, no hacia Élida, donde se leía el siguiente poema de Borges:
El amenazado
Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor de los sueños?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo se, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
Yo tenía la costumbre de recorrer el borde de las postales con mi dedo mientras conversábamos. Me pasaba el rato dibujando rectángulos sobre el vidrio. Miraba mucho todo lo que había sobre ese escritorio: todo estaba siempre limpio, de la misma manera y en el mismo lugar. Y leía el poema. Y me gustaba mucho y quería copiarlo, quería tenerlo conmigo, pero vaya uno a saber por qué razón no quería pedirle permiso a Élida para dejar de conversar y tomarme un rato para copiar el poema tranquila. No sé por qué. Probablemente Élida me habría dicho que sí, y muy probablemente también habría hecho entrar esa anécdota en nuestras conversaciones, pero ¿y qué? Tal vez fuera eso lo que me hacía preferir no poner en evidencia mi deseo, o tal vez simplemente me pareció más divertido hacer las cosas de otra manera.
Porque para resolver el dilema (quiero copiar este poema pero no le quiero pedir nada a Élida) lo que hacía era memorizar en cada encuentro un verso, y al salir de mi visita escribirlo para no olvidarlo. Hubo algunos versos que me llevaron más de un encuentro el memorizarlos, sobre todo la enumeración del comienzo me costó trabajo, una vez que pasé ese escollo el resto fue más fácil.
Conversábamos, y en algún momento yo me quedaba callada con la vista fija en el poema o no, y cuando hacía eso Élida tenía la costumbre de preguntarme siempre de la misma manera "¿en qué te quedaste?" y yo algo le decía. A veces me había "quedado" en algún vericueto neuronal mío, algún recuerdo, alguna asociación de ideas, pero muchas otras veces estaba en mi tarea silenciosa de memorizar parte del poema para poder sustraerlo del escritorio y llevarmelo dentro de mi cabeza.
No sé si Élida se dio cuenta alguna vez, que yo recuerde nunca mencionó nada sobre esto. O esperaba que yo se lo dijera algun día, o nunca se dio cuenta de nada. No creo que el azar de internet la lleve a caer en mi blog, pero si así fuera algún día, Élida, he aquí mi confesión sobre algunos de esos silencios en los que caía mientras estábamos juntas. Robé mentalmente el poema delante de sus ojos como si fuera una travesura divertida, y por eso le tengo un enorme cariño a este poema.
El escritorio era de madera oscura y tenía en la parte superior un vidrio del mismo exacto tamaño. Entre el vidrio y la madera había postales en distintas orientaciones y un poco torcidas (después descubrí que esto es bueno para el Feng Shui, pero no sé si Élida lo tenía en cuenta porque en esa época se hablaba poco del Feng Shui). Las postales eran en su mayoría reproducciones de cuadros, muy coloridos, había algunos de Dalí recuerdo, y entre tanta imagen había una fotocopia, letras negras sobre fondo blanco grisaceo de fotocopia, orientada siempe hacia mí, no hacia Élida, donde se leía el siguiente poema de Borges:
El amenazado
Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor de los sueños?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo se, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
Jorge Luis Borges
Yo tenía la costumbre de recorrer el borde de las postales con mi dedo mientras conversábamos. Me pasaba el rato dibujando rectángulos sobre el vidrio. Miraba mucho todo lo que había sobre ese escritorio: todo estaba siempre limpio, de la misma manera y en el mismo lugar. Y leía el poema. Y me gustaba mucho y quería copiarlo, quería tenerlo conmigo, pero vaya uno a saber por qué razón no quería pedirle permiso a Élida para dejar de conversar y tomarme un rato para copiar el poema tranquila. No sé por qué. Probablemente Élida me habría dicho que sí, y muy probablemente también habría hecho entrar esa anécdota en nuestras conversaciones, pero ¿y qué? Tal vez fuera eso lo que me hacía preferir no poner en evidencia mi deseo, o tal vez simplemente me pareció más divertido hacer las cosas de otra manera.
Porque para resolver el dilema (quiero copiar este poema pero no le quiero pedir nada a Élida) lo que hacía era memorizar en cada encuentro un verso, y al salir de mi visita escribirlo para no olvidarlo. Hubo algunos versos que me llevaron más de un encuentro el memorizarlos, sobre todo la enumeración del comienzo me costó trabajo, una vez que pasé ese escollo el resto fue más fácil.
Conversábamos, y en algún momento yo me quedaba callada con la vista fija en el poema o no, y cuando hacía eso Élida tenía la costumbre de preguntarme siempre de la misma manera "¿en qué te quedaste?" y yo algo le decía. A veces me había "quedado" en algún vericueto neuronal mío, algún recuerdo, alguna asociación de ideas, pero muchas otras veces estaba en mi tarea silenciosa de memorizar parte del poema para poder sustraerlo del escritorio y llevarmelo dentro de mi cabeza.
No sé si Élida se dio cuenta alguna vez, que yo recuerde nunca mencionó nada sobre esto. O esperaba que yo se lo dijera algun día, o nunca se dio cuenta de nada. No creo que el azar de internet la lleve a caer en mi blog, pero si así fuera algún día, Élida, he aquí mi confesión sobre algunos de esos silencios en los que caía mientras estábamos juntas. Robé mentalmente el poema delante de sus ojos como si fuera una travesura divertida, y por eso le tengo un enorme cariño a este poema.
Plácido domingo
Hace unos días que disfrutamos en medio del invierno de un delicioso clima primaveral. ¡Cómo se agradece! Con un tiempo así es imposible estar mal. El sol cura todas las penas ( y yo me vuelvo helioteísta como Manuel).
Hoy domingo Manuel y yo nos fuimos a pelotear con su pelota nueva. El campo estaba lleno de verónicas y, no sé cómo ni por qué, había olor a regaliz.
Ayer le compramos a Manuel zapatillas nuevas y pelota nueva. Hoy a la mañana estaba tan entusiasmado que por primera vez alteró el ritual matinal de los fines de semana.
Uno de los mejores momentos de cada semana para mí (con ironía digo que es EL mejor momento) es cuando cada viernes desconecto el despertador y sé que por dos días no tendré que despertarme a las 6 de la mañana, y con suerte a ninguna hora en especial. ¡Me encanta despertarme sin despertadores! Por eso los fines de semana dejo que sea Manuel quien me despierte. Por lo general cuando él me viene a buscar a la cama yo todavía tengo sueño, así que él se mete en la cama y remoloneamos juntos un rato más. Nunca logro levantarme apenas me despierto, por eso de lunes a viernes pongo la alarma del despertador un rato antes de lo estrictamente necesario para poder remolonear. Cuando me viene a buscar Manuel también me resulta imposible levantarme apenas él aparece a mi lado de la cama.
Hoy Manuel me vino a buscar pero lo primero que me dijo fue que no podía meterse en la cama, porque ¡mirá! y me mostró que en vez de ponerse las pantuflas se había puesto las zapatillas nuevas porque, me dijo, tenía muchísimas ganas de estrenar su pelota.
Y así volvemos al campo de verónicas con olor a regaliz y un delicioso sol pseudoprimaveral en un cielo sin nubes.
Hoy domingo Manuel y yo nos fuimos a pelotear con su pelota nueva. El campo estaba lleno de verónicas y, no sé cómo ni por qué, había olor a regaliz.
Ayer le compramos a Manuel zapatillas nuevas y pelota nueva. Hoy a la mañana estaba tan entusiasmado que por primera vez alteró el ritual matinal de los fines de semana.
Uno de los mejores momentos de cada semana para mí (con ironía digo que es EL mejor momento) es cuando cada viernes desconecto el despertador y sé que por dos días no tendré que despertarme a las 6 de la mañana, y con suerte a ninguna hora en especial. ¡Me encanta despertarme sin despertadores! Por eso los fines de semana dejo que sea Manuel quien me despierte. Por lo general cuando él me viene a buscar a la cama yo todavía tengo sueño, así que él se mete en la cama y remoloneamos juntos un rato más. Nunca logro levantarme apenas me despierto, por eso de lunes a viernes pongo la alarma del despertador un rato antes de lo estrictamente necesario para poder remolonear. Cuando me viene a buscar Manuel también me resulta imposible levantarme apenas él aparece a mi lado de la cama.
Hoy Manuel me vino a buscar pero lo primero que me dijo fue que no podía meterse en la cama, porque ¡mirá! y me mostró que en vez de ponerse las pantuflas se había puesto las zapatillas nuevas porque, me dijo, tenía muchísimas ganas de estrenar su pelota.
Y así volvemos al campo de verónicas con olor a regaliz y un delicioso sol pseudoprimaveral en un cielo sin nubes.
De los piropos al autoamor (una vez más)
Volví a pensar en el poder terapéutico de los piropos y cómo su efecto benéfico me alimenta un tiempo pero al rato comienza a diluirse. Recordé que en septiembre del 2009 me pregunté si dentro mío hay un agujero negro que se chupa las buenas palabras y no las deja salir. En aquel entonces la imagen con la que me sentía representada era la de un terreno seco ávido del riego de los piropos, que de tan seco se los chupa enseguida. Esta vez la imagen que sentí más apropiada es la de una casa y su calefacción, porque hubo una lluvia de piropos que me alegró el alma, y cuando empecé a sentir que su efecto se diluía me dije que lo que tenía que hacer no era salir a buscar mas piropos sino cerrar las rendijas por donde se escapa el calor de los que ya recibí y mantenerlos dentro de mí. Tal como una casa que es muy fría no por carecer de calefacción sino porque sus aberturas tienen unos chifletes impresionantes.
Evidentemente esta imagen surgió por un dato super concreto de la realidad: trabajo en una nave industrial, es decir un galpón, y hace más o menos un mes nos mudaron de la pequeña oficina donde estábamos al entrepiso de la nave que es enorme y está expuesto al techo que es, como el de cualquier galpón, una porquería. Y la semana pasada hicieron el cerramiento del techo, es decir montaron un cielorraso a una altura razonable con una capa de material aislante por fuera. El efecto fue mágico: la calefacción que antes incluso al máximo parecía apagada de golpe era excesiva, con un poco de nada ya estábamos agradablemente caldeadas. Mi mente también es sumamente simple y directa. La cuestión es que me sentí exactamente así: no es cuestión de que deje escapar el efecto benéfico de los piropos, más vale que cierre mis rendijas y mantenga su calorcito. Y me sirvió, no vean, por suerte además de pensarlo pude aplicarlo. Logré conservar el bienestar de los piropos.
La verdad es que estoy asombrada porque últimamente logro aplicar las buenas ideas que tengo, me refiero a estas imágenes que me ayudan a vivir mejor. Lo del eje temporal-corporal lo vengo usando mucho y me hace bien: cada vez que amenaza con aproximarse el desasosiego trato de sentir mi eje corporal como un eje temporal, y eso me ayuda a estar mejor. La certeza de instinto y conciencia como dos estratos inconexos de la mente también la tengo presente y me ayuda. El asombro es porque otras veces en mi vida he tenido buenas ideas por el estilo pero no llegaron a impregnar la vida cotidiana, en cambio desde hace un tiempo sí que lo que voy intuyendo se incorpora a cómo vivo el momento presente.
Por ejemplo, logré aplicar la idea del autoamor aunque con una vuelta de tuerca un poco más solipsista de como la pensé en su primer momento, porque estuve pensando que incluso en los momentos en que me senti más enamorada de quien sea, incluso en los momentos en que me sentí más amada por quien sea, en realidad sólo estaba sintiendo mi propio amor, no el del otro.
Ya sé que para un montón de filósofos de la mente esto es una obviedad mayúscula: ¡por supuesto que no podemos sentir lo que siente el otro! me dicen a coro estos filósofos. Hay un término filosófico que define esta característica de los estados mentales pero no puedo recordarlo, y lo estuve buscando pero no lo encontré. El asunto es que la definición de los estados mentales incluye el que son subjetivos y que no podemos vivir un estado mental ajeno, sólo los propios. Pero por algo nunca me sentí afin a las filosofías de la mente que conozco de oídas. Para un alma como yo: romántica y básicamente empática, la ilusión de sentir lo que siente el otro es fundamental como el agua. Todo el misticismo de la compenetración de las almas, la comprensión sin palabras, el entendimiento mudo, etc, siempre me fascinó. Los momentos en que creí vivir esto fueron deslumbrantes. Y ahora me digo: pero si no es posible sentir lo que siente el otro. En esos momentos rutilantes de casi fusión espiritual, lo que sentía era sólo lo que yo misma sentía. Tal vez el otro sentía algo parecido, pero era su sentimiento, no el mío.
Otro ejemplo: hace un tiempo atrás pensé que mi problema es que tengo "demasiada empatía", porque si veo a alguien en problemas siento tanto lo que siente el otro que me desvivo por ayudarlo y me pierdo de vista a mí misma. Hace casi un año estuve a punto de escribir una entrada que se titulaba "Demasiada empatía" y que hablaba de un libro que leí en mi adolescencia gracias a mi padre y que me gustó mucho: El libro del Pueblo, de Zenna Henderson, porque en él hay unos personajes que se llaman "Sensitivos" que tienen la capacidad de sentir el dolor ajeno, y esto, cuando aprenden a "cerrarse" es de gran utilidad porque pueden curar, pero si no aprenden a "cerrarse" (es decir, a percibir el dolor ajeno pero sin sentir ellos mismos ese dolor) sufren tanto como todos los que están a su alrededor (el "Pueblo" del libro es una raza de extraterrestres iguales a los humanos pero con poderes sobrenaturales como levitar, telepatía, telekinesis, etc). Y ahora me estoy cuestionando esto: ¿siento al otro, o siento lo que yo sentiría si me pasara lo que le está pasando a ese otro? Tal vez el otro siente otra cosa diferente que yo no puedo ni imaginar.
El cambio de óptica es muy profundo, y estoy en el medio de un cambio de concepción del mundo que no sé adónde llevará, porque si en el fondo siempre me siento solamente a mí misma, ¿que sentido tiene amar? Y sin embargo me sigue pareciendo maravilloso amar pero soy conciente de que si amo, independientemente de si mi amado me corresponde o no, lo que siento es mi propio amor, no el del otro. Si es así entonces ¿da igual si me corresponden o no? ¡Qué merengue!
Tal vez la cuestión tiene que ver con lo que trata de explicar Ricard: podemos meditar sintiendo un gran amor sin un objeto del amor sobre el cual plasmarlo. No es que nos amemos a nosotros mismos, sino que sentimos amor hacia todo en general y hacia nada en especial. He aquí otra cosa que logré aplicar cotidianamente: meditar como mínimo 5 minutos por día. No hago toda la ceremonia de la meditación ni consigo meditar profundamente porque se cruzan muchos pensamientos por mi cabeza, pero aún en la forma tan rudimentaria en que lo hacemos me ayuda muchísimo, y espero dentro de poco poder aumentar a 10 minutos, y así sucesivamente.
El amor occidental se basa en pensar que el sentimiento de amor lo despierta un ser humano en concreto, y toda la energía del amor se enfonca hacia esa persona. Después vienen los inconvenientes que ya conocemos puesto que el trato habitual con la persona amada interfiere con esa chispa pura del amor, la va desgastando y empalideciendo. Y cuando la llama del amor se apagó del todo pensamos que ya no tenemos por qué vivir con esa persona y preferimos buscar o esperar que aparezca la siguiente persona que despertará el amor en nosotros. Ahora pienso que el amor está en nosotros independientemente de que haya alguien que cumpla el rol de amante y amado. Podemos sentir amor y vivir amorosamente independientemente de la vida de pareja que tengamos.
Evidentemente esta imagen surgió por un dato super concreto de la realidad: trabajo en una nave industrial, es decir un galpón, y hace más o menos un mes nos mudaron de la pequeña oficina donde estábamos al entrepiso de la nave que es enorme y está expuesto al techo que es, como el de cualquier galpón, una porquería. Y la semana pasada hicieron el cerramiento del techo, es decir montaron un cielorraso a una altura razonable con una capa de material aislante por fuera. El efecto fue mágico: la calefacción que antes incluso al máximo parecía apagada de golpe era excesiva, con un poco de nada ya estábamos agradablemente caldeadas. Mi mente también es sumamente simple y directa. La cuestión es que me sentí exactamente así: no es cuestión de que deje escapar el efecto benéfico de los piropos, más vale que cierre mis rendijas y mantenga su calorcito. Y me sirvió, no vean, por suerte además de pensarlo pude aplicarlo. Logré conservar el bienestar de los piropos.
La verdad es que estoy asombrada porque últimamente logro aplicar las buenas ideas que tengo, me refiero a estas imágenes que me ayudan a vivir mejor. Lo del eje temporal-corporal lo vengo usando mucho y me hace bien: cada vez que amenaza con aproximarse el desasosiego trato de sentir mi eje corporal como un eje temporal, y eso me ayuda a estar mejor. La certeza de instinto y conciencia como dos estratos inconexos de la mente también la tengo presente y me ayuda. El asombro es porque otras veces en mi vida he tenido buenas ideas por el estilo pero no llegaron a impregnar la vida cotidiana, en cambio desde hace un tiempo sí que lo que voy intuyendo se incorpora a cómo vivo el momento presente.
Por ejemplo, logré aplicar la idea del autoamor aunque con una vuelta de tuerca un poco más solipsista de como la pensé en su primer momento, porque estuve pensando que incluso en los momentos en que me senti más enamorada de quien sea, incluso en los momentos en que me sentí más amada por quien sea, en realidad sólo estaba sintiendo mi propio amor, no el del otro.
Ya sé que para un montón de filósofos de la mente esto es una obviedad mayúscula: ¡por supuesto que no podemos sentir lo que siente el otro! me dicen a coro estos filósofos. Hay un término filosófico que define esta característica de los estados mentales pero no puedo recordarlo, y lo estuve buscando pero no lo encontré. El asunto es que la definición de los estados mentales incluye el que son subjetivos y que no podemos vivir un estado mental ajeno, sólo los propios. Pero por algo nunca me sentí afin a las filosofías de la mente que conozco de oídas. Para un alma como yo: romántica y básicamente empática, la ilusión de sentir lo que siente el otro es fundamental como el agua. Todo el misticismo de la compenetración de las almas, la comprensión sin palabras, el entendimiento mudo, etc, siempre me fascinó. Los momentos en que creí vivir esto fueron deslumbrantes. Y ahora me digo: pero si no es posible sentir lo que siente el otro. En esos momentos rutilantes de casi fusión espiritual, lo que sentía era sólo lo que yo misma sentía. Tal vez el otro sentía algo parecido, pero era su sentimiento, no el mío.
Otro ejemplo: hace un tiempo atrás pensé que mi problema es que tengo "demasiada empatía", porque si veo a alguien en problemas siento tanto lo que siente el otro que me desvivo por ayudarlo y me pierdo de vista a mí misma. Hace casi un año estuve a punto de escribir una entrada que se titulaba "Demasiada empatía" y que hablaba de un libro que leí en mi adolescencia gracias a mi padre y que me gustó mucho: El libro del Pueblo, de Zenna Henderson, porque en él hay unos personajes que se llaman "Sensitivos" que tienen la capacidad de sentir el dolor ajeno, y esto, cuando aprenden a "cerrarse" es de gran utilidad porque pueden curar, pero si no aprenden a "cerrarse" (es decir, a percibir el dolor ajeno pero sin sentir ellos mismos ese dolor) sufren tanto como todos los que están a su alrededor (el "Pueblo" del libro es una raza de extraterrestres iguales a los humanos pero con poderes sobrenaturales como levitar, telepatía, telekinesis, etc). Y ahora me estoy cuestionando esto: ¿siento al otro, o siento lo que yo sentiría si me pasara lo que le está pasando a ese otro? Tal vez el otro siente otra cosa diferente que yo no puedo ni imaginar.
El cambio de óptica es muy profundo, y estoy en el medio de un cambio de concepción del mundo que no sé adónde llevará, porque si en el fondo siempre me siento solamente a mí misma, ¿que sentido tiene amar? Y sin embargo me sigue pareciendo maravilloso amar pero soy conciente de que si amo, independientemente de si mi amado me corresponde o no, lo que siento es mi propio amor, no el del otro. Si es así entonces ¿da igual si me corresponden o no? ¡Qué merengue!
Tal vez la cuestión tiene que ver con lo que trata de explicar Ricard: podemos meditar sintiendo un gran amor sin un objeto del amor sobre el cual plasmarlo. No es que nos amemos a nosotros mismos, sino que sentimos amor hacia todo en general y hacia nada en especial. He aquí otra cosa que logré aplicar cotidianamente: meditar como mínimo 5 minutos por día. No hago toda la ceremonia de la meditación ni consigo meditar profundamente porque se cruzan muchos pensamientos por mi cabeza, pero aún en la forma tan rudimentaria en que lo hacemos me ayuda muchísimo, y espero dentro de poco poder aumentar a 10 minutos, y así sucesivamente.
El amor occidental se basa en pensar que el sentimiento de amor lo despierta un ser humano en concreto, y toda la energía del amor se enfonca hacia esa persona. Después vienen los inconvenientes que ya conocemos puesto que el trato habitual con la persona amada interfiere con esa chispa pura del amor, la va desgastando y empalideciendo. Y cuando la llama del amor se apagó del todo pensamos que ya no tenemos por qué vivir con esa persona y preferimos buscar o esperar que aparezca la siguiente persona que despertará el amor en nosotros. Ahora pienso que el amor está en nosotros independientemente de que haya alguien que cumpla el rol de amante y amado. Podemos sentir amor y vivir amorosamente independientemente de la vida de pareja que tengamos.
Matthieu Ricard: por una sociedad más compasiva
Lo que está en la base de la entrada anterior es un programa de la tele que vimos hace una semana más o menos y me impactó mucho. Finalmente lo encontré para compartirlo con todos:
Es un episodio de Redes, un programa dedicado a la divulgación de neurociencia, y en este episodio entrevistaron a Matthieu Ricard, un biólogo molecular francés que desde hace 40 años vive en el Tibet como monje budista, y que desde hace años forma parte de un programa científico que estudia el cerebro, la meditación y las emociones humanas. Me gustó mucho el video y aunque dura 26 minutos les recomiendo a todos mirarlo.
A mí me impactó y me hizo mucho bien cuando dice que mantener la idea de que la esencia humana es intrínsecamente egoísta es un disparate, que es mejor aceptar que la esencia humana también contiene compasión y altruismo y desarrollar ese potencial que tenemos como individuos y como sociedad. Es posible pensar que alguien que hace una buena accion está actuando en forma desinteresada, altruista, sin segundas intenciones ni quebraderos culpógenos, sin superyoes ni remordimientos, simplemente actuando por el bien de otro aunque se ponga a sí mismo en riesgo sólo porque considera que es lo que tiene que hacer. Me emociona que alguien reconozca esto, porque por lo general la idea imperante es la inversa: parece que si hacemos algo bueno es por algún propósito innoble, aunque más no sea el deseo de no sentirnos culpable por no actuar. Por decisiones personales que no vienen al caso, esta idea me trajo mucha paz.
Volviendo a mi entrada anterior, tenía todo esto en mente al pensarla y escribirla. Cuando Ricard habla de "el fondo luminoso de la conciencia" y de "la naturaleza básica de la conciencia" para mí está hablando de lo mismo que yo llamé "mente instintiva", y cuando él habla de nuestra "mente" para mí se refiere a lo que yo llamé conciencia. Los nombres no coinciden pero la esencia del fenómeno es la misma.
Después de ver este video en familia intentamos meditar los tres juntos 5 minutos por día cada noche después de cenar. La primera vez me resultó super difícil aplacar la mente y dejar de pensar, sólo sentir mi respiración. Pero cada día es un poco más fácil, y de verdad pacifica.
He aquí otro video de Ricard, que también dura 20 minutos, habla de cómo conseguir la felicidad meditando.
Es un episodio de Redes, un programa dedicado a la divulgación de neurociencia, y en este episodio entrevistaron a Matthieu Ricard, un biólogo molecular francés que desde hace 40 años vive en el Tibet como monje budista, y que desde hace años forma parte de un programa científico que estudia el cerebro, la meditación y las emociones humanas. Me gustó mucho el video y aunque dura 26 minutos les recomiendo a todos mirarlo.
A mí me impactó y me hizo mucho bien cuando dice que mantener la idea de que la esencia humana es intrínsecamente egoísta es un disparate, que es mejor aceptar que la esencia humana también contiene compasión y altruismo y desarrollar ese potencial que tenemos como individuos y como sociedad. Es posible pensar que alguien que hace una buena accion está actuando en forma desinteresada, altruista, sin segundas intenciones ni quebraderos culpógenos, sin superyoes ni remordimientos, simplemente actuando por el bien de otro aunque se ponga a sí mismo en riesgo sólo porque considera que es lo que tiene que hacer. Me emociona que alguien reconozca esto, porque por lo general la idea imperante es la inversa: parece que si hacemos algo bueno es por algún propósito innoble, aunque más no sea el deseo de no sentirnos culpable por no actuar. Por decisiones personales que no vienen al caso, esta idea me trajo mucha paz.
Volviendo a mi entrada anterior, tenía todo esto en mente al pensarla y escribirla. Cuando Ricard habla de "el fondo luminoso de la conciencia" y de "la naturaleza básica de la conciencia" para mí está hablando de lo mismo que yo llamé "mente instintiva", y cuando él habla de nuestra "mente" para mí se refiere a lo que yo llamé conciencia. Los nombres no coinciden pero la esencia del fenómeno es la misma.
Después de ver este video en familia intentamos meditar los tres juntos 5 minutos por día cada noche después de cenar. La primera vez me resultó super difícil aplacar la mente y dejar de pensar, sólo sentir mi respiración. Pero cada día es un poco más fácil, y de verdad pacifica.
He aquí otro video de Ricard, que también dura 20 minutos, habla de cómo conseguir la felicidad meditando.
La verdad de la milanesa
Preliminares
Anoche tuve una experiencia potente. De golpe vi con claridad montones de cosas relacionadas con la esencia humana, nuestra psiquis, el comienzo de la humanidad, el eje temporal, etc. Otras veces tuve experiencias así pero no relacionadas con toda la especie humana sino sólo conmigo misma, y por lo general me cuesta mucho traducirlas a palabras. En el momento de la visión o percibo la imagen o trato de traducirla a palabras, las dos cosas al mismo tiempo no puedo, y prefiero dejarme llevar por la imagen. Y al otro día la imagen ya está mucho más difusa y no logro reproducirla ni transcribirla.
Anoche fue diferente: para empezar, por el contenido de lo que vi, y además porque en el momento en que veía todo con tanta claridad, aunque no podía en ese mismo momento ponerme a escribir, sentía que sí podría pasarlo a palabras al día siguiente. Y aquí estoy, intentándolo.
Cuesta. Logré escribir un borrador, pero me parece muchísimo más flojo que la verdad de lo que percibo. De todas formas lo comparto, y si puedo lo iré mejorando.
Y no me pidan que defina cada término que uso, ¡no soy filósofa! Me manejo con los conceptos imprecisos del sentido común, y a buen entendedor pocas palabras. Todo lo que digo acá, lo afirmo porque sí, no me baso en ningún estudio ni mío ni ajeno. Supongo que un historiador, un arqueólogo, un antropólogo, un filósofo, un psicólogo, un neurocientífico, o todos juntos, podrían refutarme absolutamente todo. Pero no pienso revisar la bibliografía pertinente. Me encanta mi idea, y pienso seguir disfrutándola.
La visión propiamente dicha
Éramos monos, es decir animales, y ahora somos humanos. En algún momento durante la Prehistoria nos transformamos, y el cambio más grande fue psíquico. Cuando éramos monos nos manejábamos por el instinto, igual que los demás animales. Pero en algún momento apareció la conciencia y significó un salto cualitativo con respecto al instinto.
Esta capacidad mental nos permite tener conciencia de nosotros mismos y del otro, del pasado y del futuro, del entorno, del nacimiento y de la muerte, etc. El nuevo estrato mental se acopló al anterior pero sus esencias son harto diferentes y la comunicación entre ambos es penosa. Ambos conviven en la psiquis, pero no es posible el trabajo en equipo entre ellos: o predomina uno o predomina el otro. Una vez nacida la conciencia ya no se puede volver atrás y ser sólo instinto, de la misma forma que quienes son sólo instinto no alcanzan la conciencia.
El resultado es que la mente instintiva está, pero enterrada en el fondo de nuestra psiquis. Sobre este estrato enterrado señorea la conciencia. La conciencia permite planificar, crear, analizar y tomar decisiones racionales. Gracias a la conciencia la humanidad se desarrolló tanto. He visto el yacimiento arqueologico de Serinyà, donde un trozo de madera o una punta de piedra tallada significaron un enorme avance tecnológico, y he visto museos como el de la Técnica del Empordà o el del Cine de Girona con salas llenas de aparatos ideados por montones de hombres diferentes que durante siglos fueron tanteando, probando, inventando miles de variantes hasta llegar a la enorme cantidad y complejidad de artefactos que moldean nuestra vida actual. Todo eso gracias a la conciencia.
Una vez me comentó mi hermana (ella sí es filósofa) que hay especies animales que tienen algunas características de las que consideramos humanas (por ejemplo fabricarse utensilios o viviendas, o el lenguaje) pero aparentemente la especie humana es la única que reune todas esas características, y en eso estribaría nuestra diferencia. A mí me da la impresión de que la base de todo eso está en lo que llamo conciencia. Y que uno de los elementos fundamentales de ese estrato mental es la conciencia del tiempo, es decir haber dejado de percibir el tiempo como un eje vertical que nos atraviesa y percibirlo como una línea horizontal sobre la que nos desplazamos. Y la prueba de que ninguna otra especie animal piensa como nosotros es que ninguna otra especie animal modifica su entorno de la manera pavorosa como lo modificamos nosotros. La conciencia es super útil y fecunda pero también es un mono con navajas, de ahí las calamidades que también es capaz de crear. De la misma forma, la conciencia nos permite ser o compasivos o crueles, términos que aplicados a un animal no tienen sentido.
Hay algo que no sé cómo encaja en todo esto, y es que a veces los animales se comportan de tal forma que resulta extraño pensar que los guía el instinto, o bien el instinto es algo muchísimo más complejo de lo que sospechamos. El ejemplo que tengo en mente es el de las grandes migraciones de animales. Hay especies animales que cada año marchan en masa de un sitio a otro buscando condiciones favorables de vida en rutas circulares o en viajes de ida y vuelta, a veces viajando 12.000 km durante diez meses. Me pregunto cómo saben a dónde ir, cómo encuentran el camino. (Si tienen un minuto miren la página de la National Geographic sobre Great Migrations o lean esta entrada del blog Somos primates.)
Tal vez el instinto es algo mucho más complejo de lo que aceptamos habitualmente, pero como hace tantos milenios que está enterrado en nuesta pisquis no sabemos sacarle el jugo como podríamos. La mente instintiva está presente y viva pero acallada, arrinconada, subdesarrollada, y desconectada de lo que le permite desarrollarse. Todos los consejos para estar mejor que vengo encontrando útiles en el último tiempo coinciden en intentar aplacar la conciencia para dar espacio a la mente instintiva: por ejemplo el libro de Clarissa Pinkola Estés Mujeres que corren con lobos (hablé de él en varias entradas del 2009) o la práctica de la meditación Zen (también transcribí pasajes Zen en el 2009). Aunque en el budismo Zen no se habla de mente instintiva sino de estado puro de conciencia, yo creo que se puede asimilar a lo que digo (algo así comenté en agosto del 2009).
Desde que la humanidad es humanidad no nos es posible manejarnos sólo con el instinto. Necesitamos analizar, planificar, y crear nuestros medios de subsistencia porque ya no nos alimentamos directamente de lo que nos provee la naturaleza. Intentar desactivar del todo la mente conciente (salvo, tal vez, en un ambiente preparado para eso como un monasterio Zen) sería una utopía, un suicidio y un desperdicio, pues también produce cosas maravillosas. Pero sí que vendría bien una mejor conexión entre los dos estratos de nuestra psiquis, o, si la conexión no es posible, reducir el predominio omnívoro de la mente conciente y permitir el desarrollo de la mente instintiva. La mente conciente se potencia a sí misma, se incentiva a sí misma, y entra en una espiral de elucubraciones que pueden ser muy fecundas pero también muy dañinas. La mente instintiva es la base de la serenidad y la fortaleza humanas.
Fotografías: National Geographic, Great Migrations
Anoche tuve una experiencia potente. De golpe vi con claridad montones de cosas relacionadas con la esencia humana, nuestra psiquis, el comienzo de la humanidad, el eje temporal, etc. Otras veces tuve experiencias así pero no relacionadas con toda la especie humana sino sólo conmigo misma, y por lo general me cuesta mucho traducirlas a palabras. En el momento de la visión o percibo la imagen o trato de traducirla a palabras, las dos cosas al mismo tiempo no puedo, y prefiero dejarme llevar por la imagen. Y al otro día la imagen ya está mucho más difusa y no logro reproducirla ni transcribirla.
Anoche fue diferente: para empezar, por el contenido de lo que vi, y además porque en el momento en que veía todo con tanta claridad, aunque no podía en ese mismo momento ponerme a escribir, sentía que sí podría pasarlo a palabras al día siguiente. Y aquí estoy, intentándolo.
Cuesta. Logré escribir un borrador, pero me parece muchísimo más flojo que la verdad de lo que percibo. De todas formas lo comparto, y si puedo lo iré mejorando.
Y no me pidan que defina cada término que uso, ¡no soy filósofa! Me manejo con los conceptos imprecisos del sentido común, y a buen entendedor pocas palabras. Todo lo que digo acá, lo afirmo porque sí, no me baso en ningún estudio ni mío ni ajeno. Supongo que un historiador, un arqueólogo, un antropólogo, un filósofo, un psicólogo, un neurocientífico, o todos juntos, podrían refutarme absolutamente todo. Pero no pienso revisar la bibliografía pertinente. Me encanta mi idea, y pienso seguir disfrutándola.
La visión propiamente dicha
Éramos monos, es decir animales, y ahora somos humanos. En algún momento durante la Prehistoria nos transformamos, y el cambio más grande fue psíquico. Cuando éramos monos nos manejábamos por el instinto, igual que los demás animales. Pero en algún momento apareció la conciencia y significó un salto cualitativo con respecto al instinto.
Esta capacidad mental nos permite tener conciencia de nosotros mismos y del otro, del pasado y del futuro, del entorno, del nacimiento y de la muerte, etc. El nuevo estrato mental se acopló al anterior pero sus esencias son harto diferentes y la comunicación entre ambos es penosa. Ambos conviven en la psiquis, pero no es posible el trabajo en equipo entre ellos: o predomina uno o predomina el otro. Una vez nacida la conciencia ya no se puede volver atrás y ser sólo instinto, de la misma forma que quienes son sólo instinto no alcanzan la conciencia.
El resultado es que la mente instintiva está, pero enterrada en el fondo de nuestra psiquis. Sobre este estrato enterrado señorea la conciencia. La conciencia permite planificar, crear, analizar y tomar decisiones racionales. Gracias a la conciencia la humanidad se desarrolló tanto. He visto el yacimiento arqueologico de Serinyà, donde un trozo de madera o una punta de piedra tallada significaron un enorme avance tecnológico, y he visto museos como el de la Técnica del Empordà o el del Cine de Girona con salas llenas de aparatos ideados por montones de hombres diferentes que durante siglos fueron tanteando, probando, inventando miles de variantes hasta llegar a la enorme cantidad y complejidad de artefactos que moldean nuestra vida actual. Todo eso gracias a la conciencia.
Una vez me comentó mi hermana (ella sí es filósofa) que hay especies animales que tienen algunas características de las que consideramos humanas (por ejemplo fabricarse utensilios o viviendas, o el lenguaje) pero aparentemente la especie humana es la única que reune todas esas características, y en eso estribaría nuestra diferencia. A mí me da la impresión de que la base de todo eso está en lo que llamo conciencia. Y que uno de los elementos fundamentales de ese estrato mental es la conciencia del tiempo, es decir haber dejado de percibir el tiempo como un eje vertical que nos atraviesa y percibirlo como una línea horizontal sobre la que nos desplazamos. Y la prueba de que ninguna otra especie animal piensa como nosotros es que ninguna otra especie animal modifica su entorno de la manera pavorosa como lo modificamos nosotros. La conciencia es super útil y fecunda pero también es un mono con navajas, de ahí las calamidades que también es capaz de crear. De la misma forma, la conciencia nos permite ser o compasivos o crueles, términos que aplicados a un animal no tienen sentido.
Hay algo que no sé cómo encaja en todo esto, y es que a veces los animales se comportan de tal forma que resulta extraño pensar que los guía el instinto, o bien el instinto es algo muchísimo más complejo de lo que sospechamos. El ejemplo que tengo en mente es el de las grandes migraciones de animales. Hay especies animales que cada año marchan en masa de un sitio a otro buscando condiciones favorables de vida en rutas circulares o en viajes de ida y vuelta, a veces viajando 12.000 km durante diez meses. Me pregunto cómo saben a dónde ir, cómo encuentran el camino. (Si tienen un minuto miren la página de la National Geographic sobre Great Migrations o lean esta entrada del blog Somos primates.)
Tal vez el instinto es algo mucho más complejo de lo que aceptamos habitualmente, pero como hace tantos milenios que está enterrado en nuesta pisquis no sabemos sacarle el jugo como podríamos. La mente instintiva está presente y viva pero acallada, arrinconada, subdesarrollada, y desconectada de lo que le permite desarrollarse. Todos los consejos para estar mejor que vengo encontrando útiles en el último tiempo coinciden en intentar aplacar la conciencia para dar espacio a la mente instintiva: por ejemplo el libro de Clarissa Pinkola Estés Mujeres que corren con lobos (hablé de él en varias entradas del 2009) o la práctica de la meditación Zen (también transcribí pasajes Zen en el 2009). Aunque en el budismo Zen no se habla de mente instintiva sino de estado puro de conciencia, yo creo que se puede asimilar a lo que digo (algo así comenté en agosto del 2009).
Desde que la humanidad es humanidad no nos es posible manejarnos sólo con el instinto. Necesitamos analizar, planificar, y crear nuestros medios de subsistencia porque ya no nos alimentamos directamente de lo que nos provee la naturaleza. Intentar desactivar del todo la mente conciente (salvo, tal vez, en un ambiente preparado para eso como un monasterio Zen) sería una utopía, un suicidio y un desperdicio, pues también produce cosas maravillosas. Pero sí que vendría bien una mejor conexión entre los dos estratos de nuestra psiquis, o, si la conexión no es posible, reducir el predominio omnívoro de la mente conciente y permitir el desarrollo de la mente instintiva. La mente conciente se potencia a sí misma, se incentiva a sí misma, y entra en una espiral de elucubraciones que pueden ser muy fecundas pero también muy dañinas. La mente instintiva es la base de la serenidad y la fortaleza humanas.
Fotografías: National Geographic, Great Migrations
Aniversario con autorretrato
Para festejar el tercer cumpleaños de cuentogotas, publico el autorretrato de gotamarina.
Este dibujo lo hice yo cuando tenía masomenos 16 años. Empecé reproduciendo mis labios, y después me pareció imposible continuar dibujando con la misma calidad el resto de mi cara, y no quise seguir. Tenía dibujado un fragmento de mi cara y se me ocurrió darle forma de gota, después se me ocurrió dibujar el recipiente de donde cae esa gota, y no dudé en que era un frasquito de vidrio transparente como de poción mágica, con su tapón de corcho, flotando en el aire sin que nadie lo sostenga.
Cuando empecé cuentogotas y quería una imagen para gotamarina, primero le pedí a Lu que me haga una gota con carita. Lu me preguntó ¿con cara de qué? y yo le dije con cara de "en paz con la vida". Pero después me acordé de este dibujo y me pareció muy premonitorio que el único quasiautorretrato que me hice en la vida tenga forma de gota, y lo adopté como imagen.
Aquí está en original, escaneado como pude porque el papel ya está muy amarilleado, y la versión "limpia" para la web, en tamaño grande.
¡Felicidades!
The farther one travels, the less one knows
The Inner Light
Without going out of my door
I can know all things on earth
With out looking out of my window
I could know the ways of heaven
The farther one travels
The less one knows
The less one really knows
Without going out of your door
You can know all things of earth
With out looking out of your window
You could know the ways of heaven
The farther one travels
The less one knows
The less one really knows
Arrive without travelling
See all without looking
Do all without doing
La dimensión corporal del tiempo
En nuestra cultura occidental cuando hablamos del tiempo solemos usar metáforas espaciales en las cuales el pasado está a nuestras espaldas y el futuro está delante nuestro. No todas las culturas perciben esto así, según escuché decir los romanos de la Antigua Roma y los quechuas percibían el pasado adelante y el futuro a sus espaldas, y bien mirado tiene sentido: el pasado es lo que podemos ver porque ya lo conocemos, ya lo vivimos, mientras que el futuro es incognoscible y nos acercamos a él como si caminaramos de espaldas, sin saber lo que se nos viene encima.
Según entiendo se llama "eje corporal" a una línea imaginaria que recorre nuestro tronco en sentido vertical. Si estamos de pie, con los pies un poco separados entre sí más o menos en la línea de los huesos de la cadera y las rodillas un poco flexionadas, y nos imaginamos un piolín que sale del centro de nuestra cabeza y tironea hacia arriba y otro piolín que sale por debajo y tironea hacia el centro de la Tierra, podemos sentir este eje corporal con mucha vivacidad. "Estar en el eje" es una gran cosa para nuestra salud psicorporal: nuestra columna se equilibra, nuestro peso está bien asentado, estamos firmemente enraizados en la tierra y nos proyectamos libremente hacia el cielo. Es muy placentero. Lo sé porque muchos problemas de mi salud psicorporal tienen que ver con no estar en mi eje: estoy demasiado hacia adelante, o me comprimo sobre mí misma, etc etc; por lo tanto cuando estoy en mi eje el alivio es maravilloso.
Días atrás sentí físicamente, corporalmente, la dimensión temporal de nuestro eje corporal. Estaba de pie en el jardín, desasosegada, y traté de sentirme en mi eje, y recordé las imágenes espaciales del tiempo, y todo se juntó con clarividencia.
Si percibimos el tiempo como una línea horizontal, estamos mirando y dando la espalda al futuro o al pasado, y esos polos nos atraen magnéticamente y nos descentran, nos sacan de nuestro eje. En cambio, si percibimos el tiempo como una línea vertical que nos atraviesa por el centro de nuestro cuerpo, cada momento tiene una dimensión propia, única, toda su potencialidad se irradia a nuestro alrededor, y estamos centrados. Todas las enseñanzas acerca de "vivir el momento", es decir concentrarnos en el momento presente que estamos viviendo en vez de deslumbrarnos con pasado o futuro, tienen que ver con esto, y esto lo podemos entender más que con la mente, con el cuerpo.
Me gustaría desarrollar mejor esta idea porque es poderosa, pero hace días que estoy tratando de encontrar las mejores palabras para expresarla y no me salen, así que por lo menos dejo la idea en crudo, y si puedo volveré sobre ella.
Les dejo una hermosa demostración de lo que se puede hacer cuando estamos en nuestro eje en este video de Tai Chi
Según entiendo se llama "eje corporal" a una línea imaginaria que recorre nuestro tronco en sentido vertical. Si estamos de pie, con los pies un poco separados entre sí más o menos en la línea de los huesos de la cadera y las rodillas un poco flexionadas, y nos imaginamos un piolín que sale del centro de nuestra cabeza y tironea hacia arriba y otro piolín que sale por debajo y tironea hacia el centro de la Tierra, podemos sentir este eje corporal con mucha vivacidad. "Estar en el eje" es una gran cosa para nuestra salud psicorporal: nuestra columna se equilibra, nuestro peso está bien asentado, estamos firmemente enraizados en la tierra y nos proyectamos libremente hacia el cielo. Es muy placentero. Lo sé porque muchos problemas de mi salud psicorporal tienen que ver con no estar en mi eje: estoy demasiado hacia adelante, o me comprimo sobre mí misma, etc etc; por lo tanto cuando estoy en mi eje el alivio es maravilloso.
Días atrás sentí físicamente, corporalmente, la dimensión temporal de nuestro eje corporal. Estaba de pie en el jardín, desasosegada, y traté de sentirme en mi eje, y recordé las imágenes espaciales del tiempo, y todo se juntó con clarividencia.
Si percibimos el tiempo como una línea horizontal, estamos mirando y dando la espalda al futuro o al pasado, y esos polos nos atraen magnéticamente y nos descentran, nos sacan de nuestro eje. En cambio, si percibimos el tiempo como una línea vertical que nos atraviesa por el centro de nuestro cuerpo, cada momento tiene una dimensión propia, única, toda su potencialidad se irradia a nuestro alrededor, y estamos centrados. Todas las enseñanzas acerca de "vivir el momento", es decir concentrarnos en el momento presente que estamos viviendo en vez de deslumbrarnos con pasado o futuro, tienen que ver con esto, y esto lo podemos entender más que con la mente, con el cuerpo.
Me gustaría desarrollar mejor esta idea porque es poderosa, pero hace días que estoy tratando de encontrar las mejores palabras para expresarla y no me salen, así que por lo menos dejo la idea en crudo, y si puedo volveré sobre ella.
Les dejo una hermosa demostración de lo que se puede hacer cuando estamos en nuestro eje en este video de Tai Chi
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