
Me pareció una buena idea comenzar por la máquina del tiempo si la reescritura le parecía tan trabajosa. Así, cuando hubiera acabado el Antiguo Testamento y sintiera que le quedaba poco tiempo, podría viajar a su primera juventud para continuar la sagrada reescritura, y cuando hubiera terminado el Nuevo Testamento y todavía le faltaran los anexos podría volver a viajar al pasado para ganar tiempo, y así siguiendo. Pero no entendí lo de los cajones de las mesas de luz de los hoteles y le pregunté a qué se refería, y me dijo que estaba pensando en las Biblias que los evangelistas dejan en todos los hoteles de Occidente.
Yo creo que esas biblias cajoneras están sólo en los hoteles de EEUU, no en todo Occidente, pero no puedo dar fe. En los hoteles porteños, en todo caso, si los evangelistas dejaran biblias lo más apropiado sería ponerlas junto al calefón. El quid es que según la versión más consensuada sobre viajes temporales, si alguien viajara al pasado y reemplazara la Biblia, a partir de ahí todos los hechos posteriores incluirían esa nueva Biblia como válida, es decir que también nuestros recuerdos incluirían esa Biblia y no la reemplazada, por lo tanto no tendríamos ninguna sorpresa al encontrar su Biblia en nuestra mesa de luz: sería la de siempre.
Y me quedé pensando en esta cuestión (como ya les conté hace tiempo, las historias de bucles temporales siempre me gustaron, me entretiene mucho pensar en semejantes vericuetos). Si aceptamos que si alguien pudiera viajar al pasado e intervenir, su intervención alteraría no sólo los hechos posteriores sino también nuestro recuerdo de los hechos, entonces podría estar ocurriendo que nuestro presente esté siendo modificado contínuamente por viajeros t

La idea de volver para atrás en el tiempo para tener más de él para hacer lo que uno quiere no es mía sino de un cuento de Alfred Bester, donde un inventor en su vejez se da cuenta de que si en su juventud hubiera sabido todo lo que sabe de viejo, podría haber inventado muchas más cosas, entonces viaja al pasado, se encuentra consigo mismo de joven, y se transmite a sí mismo todo lo que aprendió más tarde. En consecuencia hace inventos todavía más revolucionarios, y cuando llega nuevamente a su vejez vuelve a pensar que podría haber aprovechado mejor el tiempo si hubiera sabido más cosas, entonces vuelve a viajar al mismo momento de su juventud para decirse todo que aprendió. Con sus nuevos conocimientos crea inventos todavía más prodigiosos, y cuando llega de nuevo a la vejez vuelve a pensar lo mismo… pero cuando viaja al pasado por tercera vez, es tan avanzado lo que tiene que transmitirle a su yo joven, que el joven no lo escucha, cree que está hablando con un viejo loco, y lo ignora. Al final del cuento la línea temporal válida es la misma que se había dado al comienzo sin intervención en el pasado, diríamos que tanta intervención termina anulando su efecto.
Me gusta mucho este cuento, lo leí en algún número de El Péndulo, y cuando logre recuperar el resto de mi biblioteca quiero leerselo a Manuel. Pero aunque esta idea fue lo que tenía en mente cuando hice mi comentario al sagrado reescritor, en realidad lo que estaba proponiendo era un poco distinto: cuando esté en su vejez y todavía no haya acabado su obra, con la máquina del tiempo podría viajar a un punto anterior de su vida donde todavía tiene tiempo por delante para escribir lo que le falta. Con una máquina así no seríamos eternos, pero casi.
Otra posibilidad sería la del “milagro secreto” de Borges, donde un escritor condenado a muerte recibe de Dios el regalo de un año contenido en un segundo para poder terminar su obra. No hay viaje temporal sino distintas percepciones del tiempo: lo que para el pelotón de fusilamiento es un segundo, para el escritor, en su mente, es un año, y logra redactar mentalmente su obra (es su mente, porque en ese año su cuerpo también está inmóvil frente al pelotón de fusilamiento). Pensar en esto me lleva a plantearme otro tema: ¿qué nos importa cuando creamos: la obra en sí, más allá de su recepción, o también nos importa poder compartirla? Terminar una obra pero que sólo esté en nuestro cerebro y nadie se entere de ella, ¿es terminarla? El milagro secreto de Borges tiene algo de chiste divino: te doy la gracia de terminar tu obra pero e

Todo esto se entronca con otras cosas que vengo pensando hace meses más complejas que lo que suelo publicar, por eso nunca logro sentarme a escribirlas… a ver si lo consigo algún dia. Tendrá que ser sin intervenciones divinas ni viajes temporales, me temo que me las tendré que arreglar solita.
Addenda: releí "El milagro secreto" al buscar el enlace y me volví a maravillar: recordaba la idea, pero no cuán magistralmente que está escrito. Por favor, léanlo y reléanlo: cada palabra es una joya, cada idea es un universo. Y la gota detenida durante un año en la mejilla de Hladik merece un sitio de honor en cuentogotas.
Fotografías: Hector Garrido, The Time Tunnel, laradanielle (fragmento)