Cada vez que recibo un comentario agradable sobre mí me hace muchísimo bien, más todavía si proviene de alguien a quien yo valoro, y ese bienestar dura un tiempo, que puede ser más largo o más corto, pero tarde o temprano desaparece. Pensando en esto empecé a verme como un terreno seco que chupa ávidamente el riego de los piropos y queda seco de nuevo. No siempre, alterno períodos de terreno seco con otros de humedad vivificante, pero cuando estoy en un período de terreno seco puede ser muy muy seco, y se vuelve desesperante. Me siento tan árida y desértica que hasta el aire me lastima, busco a mi alrededor un poco de agua y no la encuentro, y a veces la aridez me ofusca, empiezo a dar manotazos de asfixiado, hago o digo tonterías, y después me siento mal conmigo misma por eso.
Y no entiendo: ¿por qué me pongo en la situación de esperar que X o Z me digan que me aprecian o valoran –exponiéndome a que no me lo digan y sentirme mal por su silencio– cuando ya me lo han dicho meses atrás? ¿Por qué no puedo acordarme, tener presente los hermosos comentarios que tanto bien me han hecho? Mi viejo amigo pintor que se adensaba en la ginebra tenía otra frase recurrente además de la del dique, decía que todos tenemos dentro un agujero negro y que no podemos meternos dentro de él, sólo recorrer sus bordes. Será eso: tengo adentro un agujero negro como los del espacio exterior, un chupadero de energía que se come las buenas palabras y no las deja volver a salir.
Ese agujero negro es mi propia autovaloración, porque obviamente si yo no me valoro, ¿de qué me sirven que otros sí me valoren? No puedo recibir lo bueno si yo misma no soy terreno apto para el piropo. El libro de Clarissa dice algo sobre esto con lo que me sentí muy identificada al leerlo, justamente en el capítulo sobre "El Patito Feo" (digo "justamente" porque siempre me sentí identificada con este personaje):
Probablemente no hay ningún medio mejor ni más fidedigno de averiguar si una mujer ha pasado por la condición de patito feo en algún momento de su vida o a lo largo de toda su vida que su incapacidad de digerir un cumplido sincero. Aunque semejante comportamiento se podría atribuir a la modestia o a la timidez –y a pesar de que demasiadas heridas graves se despachan a la ligera como "pura timidez"– a menudo un cumplido se rechaza con torpes tartamudeos porque desencadena un automático y desagradable diálogo en la mente de la mujer.
Si alguien le dice que es encantadora o pondera la belleza de su arte o la felicita por algo que su alma inspiró o en lo que participó o intervino, algo en su mente le dice que no lo merece y tú, la persona que la felicita, eres una idiota por pensar tal cosa. En lugar de comprender que la belleza de su alma resplandece cuando ella es ella misma, la mujer cambia de tema y arrebata literalmente el alimento al yo espiritual que vive del reconocimiento y de la admiración.
Clarissa Pinkola Estés, Mujeres que corren con los lobos.
La imagen del riego es apropiada y ya otras veces había surgido en mí. Necesito atención, como una planta, si no me marchito. Si nadie atiende, necesito condiciones mínimamente aceptables para sobrevivir, como una planta silvestre. Pero si no encuentro riego en el exterior, tengo que poder dármelo yo misma. Si no llueve lo suficiente como para desarrollarme como una selva tropical, y ni siquiera lo bastante como para ser un campito verde, entonces tengo que adaptarme para ser cactus en el desierto, pero nunca secarme. Los cactus almacenan agua en sus cuerpos carnosos. Tengo que poder fabricarme mis reservas de riego para los períodos de sequía, y saber recurrir a ellos cuando tengo sed.Clarissa propone que sintamos un ser interior que nos ama incondicionalmente. Este desdoblamiento del propio ser para poder sentir amor me llevó a pensar algo que titulé "el autoamor". Primero me surgió el nombre como una broma ante los libros de autoayuda, pero pensando en el concepto de autoestima, el autoamor podría pensarse como un paso más adelante en esa misma línea. El autoamor vendría a ser vivir enamorada de mí misma, vivir teniendo siempre presentes y sin perder nunca de vista las cosas buenas de mí que soy capaz de sentir cuando me siento bien conmigo misma, cuando me siento amada, respetada y valorada, vivir con todo ese bienestar en primer plano, incluso en los períodos de sequedad exterior, evitando así la sequedad interior.
El mes pasado Carmen propuso para Pan de humo este poema de Derek Walcott. Es muy posible que cuando el autor lo escribió estuviera pensando en algo totalmente diferente a lo que llamo autoamor, pero yo sí lo relacioné.
Love After Love
The time will come
when, with elation
you will greet yourself arriving
at your own door, in your own mirror
and each will smile at the other's welcome,
and say, sit here. Eat.
You will love again the stranger who was your self.
Give wine. Give bread. Give back your heart
to itself, to the stranger who has loved you
all your life, whom you ignored
for another, who knows you by heart.
Take down the love letters from the bookshelf,
the photographs, the desperate notes,
peel your own image from the mirror.
Sit. Feast on your life.
El amor depués del amor
El tiempo vendrá
cuando, con gran alegría,
te saludarás a ti mismo llegando
a tu propia puerta, en tu espejo,
y cada uno sonreirá a la bienvenida del otro,
y dirá, siéntate aquí. Come.
Volverás a amar al extraño que tú mismo fuiste.
Ofrece vino. Ofrece pan. Devuelve tu amor
a sí mismo, al extraño que te ha amado
toda tu vida, a quien ignoraste
por otro, a quien te conoce de memoria.
Recoge las cartas de amor de la estantería,
las fotografías, las notas desesperadas,
despega tu imagen del espejo.
Siéntate. Celebra tu vida.
Derek Walcott
Carmen había incluido en su propuesta el link a una lectura teatral de este poema, y mirando por ahí encontré esta versión casera que me gustó mucho. Me encanta esta chica, me encanta el tono natural y desenfadado con que habla de sí misma, y esos segundos de transición antes de empezar a decir el poema, cómo se transforma, como si se dijera "esto es serio", y luego lee el poema con intensidad y gozo.
Fotografía: Chema Madoz
2 comentarios:
Si vieras la superautoestima que tienen algunos de mis jóvenes alumnos, te quedarías maravillada: son narcisistas y ególatras hasta la médula, todos los derechos y poca obligaciones. Supongo que los padres, preocupados por insuflar ese autoamor que mencionas para que fueran felices, esquivaron la crítica constructiva que te ayuda a madurar y respetar al otro. Solo es un apunte a un texto muy emotivo, Marina. Besos.
Tal vez los padres de tus alumnos más que insuflarles autoamor sin autocrítica lo que hicieron fue dejarlos demasiado solos, demasiado solos. Hay que ver, he visto gente muy agrandada que cuando escarbás un poco te das cuenta que dudan de sí mismos mucho más que yo, todavía. No lo sé, vos los tenés a mano y yo no... gracias por aparecer por acá y dejarme un mensaje, María Jesús, me hace sentirte cerca y eso me gusta.
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