Después de la breve primavera a destiempo arreció el invierno de la mano de una soleada oleada siberiana.
El sábado Manuel y yo salimos a dar una vuelta y descubrimos que habían talado y desmalezado una orilla del río que antes era impracticable, dejando disponible para caminar una larga extensión antes inaccesible.
Del puente para allá el río se divide en dos vertientes, en una el agua corre con fluidez, en la otra el agua se ve siempre más lenta y casi estancada. Esta vez se veía marrón, cubierta de hojas secas y ramitas, y extraordinariamente quieta.
Apenas nos acercamos al agua Manuel empezó a tirar piedras al río, levantando salpicaduras. Tiró una piedra grande cerca de la orilla que extendió en la superficie del río una mancha azul grisácea. Como nunca sé cuán contaminada o no está el agua del río pero temo lo peor, me dije que sería alguna sustancia no grata para el ecosistema como detergente o algo así.
Entonces Manuel lanzó una piedra mucho más pequeña y en vez de penetrar en el río rebotó sobre su superficie varias veces y quedó por encima.
Asombradísima me dije ¿rebotó contra unas piedras? pero fue Manuel el primero en darse cuenta: ¡la superficie del río estaba helada! Las primeras piedras habían sido tan grandes que habían quebrado el hielo y por eso habían salpicado y no habíamos percibido el hielo. Y la mancha inusual era una enorme burbuja de aire atrapada bajo el hielo.
Nos dedicamos a explorar el hielo y jugar con él, probando dónde y cómo se quebraba, qué pasaba si lanzábamos distintos objetos, y cosas así. También me puse amirar el paisaje a mi alrededor con nuevos ojos, tratando de atrapar cómo daba la luz sobre el hielo y sobre el agua y las diferencias entre uno y otra.
Había algo muy subyugante que nos envolvía. La luz del sol estaba bajando y el hielo se veía mate, mientras que el agua no helada reflejaba miles de brillitos.
Por más estancada que pudiera parecer el agua, el hielo era otra cosa, tenía una calma y una inmovilidad diferentes. Estábamos rodeados de marrones, miles de pequeños matices de las mismas tonalidades por tierra y agua, pero el hielo transmitía otra cosa, un reflejo azul casi imperceptible, o no sé bien qué... pero era hermoso.
Creí que el hielo estaba embebido de los restos vegetales y terrosos, pero no (primera lección de química) el hielo era tan transparente como el de nuestra heladera o más, las hojitas y ramas estaban pegadas a él por debajo pero no lo enturbiaban.
Al otro día volví a la mañana con la cámara de fotos y saqué muchas. La luz ya no era la misma porque era el mediodía, el hielo no se veía mate sino cargado de brillo solar, como un gran espejo reflejaba su luz. Otra vez me impresionó su enorme quietud.
Más fotos en : http://www.flickr.com/photos/gotamarina/sets/72157625795072225/
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Me expando en la ué como gayeta en el agua
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