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El sueño de Manuel

Desde hace 6 años, todas las noches (salvo excepción por fuerza mayor) vivo un momento mágico. Llega la hora de que Manuel se vaya a dormir, y empieza el ritual de ponerse el piyama si no lo tiene puesto, lavarse los dientes, hacer el pis de buenas noches, meterse en la cama y leer un librito antes de apagar la luz. Desde hace un tiempo se rebela contra la parte del ritual que no le gusta y cuesta que se lave los dientes, que haga el pis, que acepte que ya no puede jugar más y tiene que meterse en la cama, que ya no podemos seguir leyendo y hay que apagar la luz. Y si yo estoy cansada (como pasa muchas veces) pierdo pronto la paciencia, y a veces se pone estresante la cuestión, al menos para mí. Pero no importa lo tenso que haya sido todo eso, siempre antes de dormir nos hacemos mimo, nos decimos que nos queremos mucho, nos deseamos cosas buenas para la noche y el día siguiente (a veces mutuamente, a veces yo a él solamente).
Apago la luz. Y me quedo con él. Imagino que todas las teorías psicopedagógicas en boga en la actualidad, con el Dr. Estivill a la cabeza, pondrían el grito en el cielo porque con 6 años todavía yo me quedo con él cuando se duerme. Pero me resisto a perderme este momento. Nos quedamos en silencio uno al lado del otro. A veces quiere que le dé la mano, a veces no. A veces me pide que lo abrace, otras no. Esta despierto, y un momento más tarde está dormido. Y yo, que estoy a su lado esperando, percibo exactamente cuándo se duerme, aun sin tocarlo, sin verlo, aunque esté pensando en otra cosa, aunque yo misma me esté quedando dormida. Lo percibo con el cuerpo, en mi carne, más que con mis sentidos. Es un abandono que me sobreviene, y de pronto me encuentro deslizándome por el sueño, más o menos lejos de la vigilia según el día, y sé que si yo ya estoy entrando en el sueño es porque él también ya está adentro, y ahí retorno a la vigilia y compruebo que sí está dormido. Y me inunda una paz única, mezcla de tranquilidad y emoción, me siento una privilegiada por poder acompañar el momento en que un ángel se queda dormido, me siento tocada por su inocencia, en paz con el mundo y conmigo misma, mejor en el universo. Me quedo un rato escuchando su respiración, disfrutando ese momento, siempre me quedo un poquito más, no sólo por estar segura de que duerme bien, sino sobre todo por disfrutar yo mi momento mágico de cada noche.

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