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Cruzando el río por las piedras

Hoy lo llevé a Manuel a tomar un helado y como de costumbre terminamos en el río. Con tanta lluvia el agua había alcanzado el nivel de la parecita que sirve para cruzar y se había extendido a uno y otro lado un par de metros o más. Manuel inmediatamente quiso meterse por las piedras y cruzar de un lado al otro, y me llamaba para que lo siguiera, pero yo no estaba en vena: no hacía calor, la tarde se estaba acabando, suponía que el agua estaría fría, si me sacaba las alpargatas las piedras me lastimarían los pies, etc etc. Manuel insistió y terminé accediendo, embarcándome en la aventura de caminar por las piedras o con el agua por los talones hasta la parecita, cruzar por ahí y luego los otros tantos metros de piedras irregulares cubiertas por agua, sólo por el placer de hacerlo, porque fuimos y vinimos cruzando el río varias veces pero nos quedamos siempre del mismo lado.

Como tenía el río de la tía Clarissa en la cabeza, inmediatamente el río me pareció muy simbólico, pero enseguida lo que se impuso fue lo energético, por decir así, más que lo mítico. Porque empecé a fijarme en por qué yo iba con torpeza por las piedras cuando Manuel iba tan seguro, y me di cuenta de varias cosas:

Concentración. En cuanto me concentraba en lo que estaba haciendo, iba mucho más firme y precisa en los movimientos.

Respiración. Si respiraba profundamente, mi desenvoltura aumentaba.

Apoyo. Me sentía inquieta cuando para pasar de una piedra a otra tenía que dar un paso muy largo que implicara sentirme en el aire por unos segundos. El temor era a que durante esos segundos en el aire pudiera perder el equilibrio. Probé dar pasos más cortos, aunque eso implicara meter los pies en el agua en vez de ir de roca en roca, y dejé de temer y actué mejor. Además, si antes de intentar dar un paso largo e inquietante buscaba firmemente el apoyo del pie que serviría de base, podía hacer equilibrio sobre ese pie y balancear el otro precediendo mi cuerpo hacia el próximo punto de apoyo con mucha más eficiencia y sin tambaleos.

Placer. Enseguida dejé de sentir fría el agua y comencé a disfrutarla, y cuando me fui dando cuenta de estos secretos para caminar por las piedras, también disfruté la aventura.

Integración. Me puse a pensar en la interrelación entre lo psíquico y lo físico, pues lo que estaba descubriendo en el equilibro del cuerpo podía trasladarse plenamente al equilibrio emocional. Me puse a pensar en lo profundo de esta interrelación, en la unidad que somos: cualquier barrera psíquica se refleja en nuestro físico, y al mismo tiempo cualquier cosa que aprendo en el cuerpo me queda mucho más clara que cualquier idea.

Fotografía: Patricio Murphy

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