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Un día perfecto para el pez banana

Después de la tormenta del fin de semana, el lunes nos regaló un día maravilloso: soleado pero fresco, la temperatura ideal (al menos para mí), con calor al sol del mediodía pero sin agobio, brillante, limpio, reluciente, la luz más perfecta del mundo. Salí del trabajo y nos fuimos los tres a tomar la merienda a la orilla del río. Manuel se descalzó y metió las patas en el agua, fue con el agua por los tobillos hasta alcanzar el muelle, después para un lado siguiendo la orilla, para el otro, y nos invitó a nosotros a refrescarnos las patas. Era un día tan perfecto, la luz era tan perfecta, que me acordé de este título de Sallinger: desde que lo leí, cada vez que pienso un día perfecto inevitablemente continúo con para el pez banana.

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