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Juventud, divino tesoro

Por una serie de hechos minúsculos y fortuitos que no podemos abarcar en su totalidad, entonces llamamos azar o destino, un viejo amigo a quien había perdido de vista hacía muchos años me encontró en la web, y a través de él reencontré a varios más que también había perdido por el camino. Confieso que lo primero que sentí al ver que tenía a mi alcance la posibilidad de reconectarme con amigos de los que ya no sabía nada desde hacía tanto tiempo, fue una especie de vértigo, alguna clase de reacción de huida, unas ganas de hacerme la otaria y desaparecer, por pensar algo como ¿qué tendremos para decirnos ahora si no nos dijimos nada en tanto tiempo, si yo ahora soy otra y ellos, seguro, también son otros, y ya no nos conocemos?

Y sin embargo no me borré, aproveché la oportunidad para reconectarme con algunos y me hizo muchísimo bien. Me hizo enormemente bien sentir en el presente la buena onda de amigos tan lejanos en el tiempo y en el espacio. Y me hizo muchísimo bien reconectarme con mis sensaciones de hace tantos años. Como a todos ellos les perdí el rastro hace 15 o 20 años, al pensar en ellos inevitablemente volvieron a la superficie mental nuestros últimos recuerdos en común, lo último que supe de ellos, y eso me llevó a recordarme a mí misma 20 años atrás. Me hizo bien recuperar esa sensación de la juventud de que el mundo está por vivirse, de que puedo meterme por un camino y desandarlo si quiero y empezar otro nuevo (justamente lo contrario de lo que venía sintiendo últimamente y me tenía tan agobiada: que el camino que tomé ya no tiene salida, que ya no tengo energía para empezar uno nuevo). Milagrosamente en vez de sentir que eso-era-a- los-20-años-pero-ahora-ya-no-es-posible y deprimirme, milagrosamente recordar mis sensaciones de la juventud me hizo recuperar mi energía en el presente. Como por arte de magia, desapareció la pantera, desaparecieron los barrotes, y me sentí libre y fuerte de nuevo.

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