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Cajuína - Caetano Veloso



Gracias Caetano por tanta belleza.

Cajuína

Existirmos - a que será que se destina?
Pois quando tu me deste a rosa pequenina
Vi que és um homem lindo e que se acaso a sina
Do menino infeliz não se nos ilumina
Tampouco turva-se a lágrima nordestina
Apenas a matéria vida era tão fina
E éramos olharmo-nos, intacta retina:
A cajuína cristalina em Teresina
Caetano Veloso

Ashes and snow

Dolors me hizo conocer algo impresionante: por favor, dedíquense un momento de su vida a entrar en www.ashesandsnow.org y quedar subyugados. Es algo demasiado inmenso para describirlo con palabras, lo mejor es que entren y lo vean. Si insisto tanto es porque merece mucho la pena. Les dejo unas pocas imágenes para que los intriguen y den ganas de ver más:









La luz solar en nuestros cuerpos, según Berthérat

Releí el libro de Thérèse Berthérat El cuerpo tiene sus razones, y esta vez no me reprimo: lo recomiendo ampliamente a todo el mundo, es hermoso y creo que puede hacer bien a quien sea que lo lea, más si además de leerlo se decide a hacer los movimientos que ella describe en su libro.

Ahora quería compartir con ustedes esta imagen de su libro:

"Dado que trabajamos durante todo el día y todo el año con luz artificial, no podemos contar con la rotación del sol para darnos referencias temporales. Además, como la luz no gira y, por lo tanto, tampoco la sombra, el cuerpo no se modela ya mediante el juego contínuo y natural de lo claro y lo oscuro. Nuestro relieve, nuestra tercera dimensión, nuestra presencia en el espacio resultan aplanados, reducidos. La luz artificial y siempre igual nos borra, nos aplasta. Nos priva de esa otra prueba de nuestra existencia: la sombra. En cuanto al movimiento natural de nuestro cuerpo hacia el sol, queda suprimido. Atrofiado así nuestro tropismo, perdemos una parte de nuestra "naturaleza", de nuestra vida vegetal y animal."

Me gustó mucho esta imagen de la luz solar pasando sobre nuestras cabezas, de este a oeste, modelando nuestro cuerpo, dándole su volumen. Me hizo pensar que si bien lamentablemente trabajo con luz artificial y sin ni una ventana, por lo menos tengo la suerte de vivir en un pueblo y no en una gran ciudad, porque en las ciudades los edificios altos y las calles estrechas hacen que perdamos aún más la referencia solar y su orientación; además de que en la ciudad estamos casi todo el tiempo en interiores.

Fotografía: Patricio Murphy

Regalos de la vida

Por cuestiones de organización familiar, recibí un regalo valiosísimo y muy valorado por mí: once días de soledad en mi propia casa, lo cual me da unos siete días en los que soy libre desde las 5 de la tarde hasta las siete de la mañana del día siguiente, otros dos días sin nadie (pero no los cuento porque estaré viajando o preparando el viaje) y, sobre todo, lo mejor: ¡dos días completos y totales absolutamente para mí y nadie más que mí; en realidad algo más de dos días: desde las 5 de la tarde del viernes hasta las 7 de la mañana del lunes siguiente!

No tengo un día entero para mí desde hace, por lo menos, seis años y ocho meses (tal vez más, pero ya no puedo hacer la cuenta), por eso el jolgorio desenfrenado que me embarga. Que quede claro: no es que la convivencia con Ruben y Manuel no me guste, no, es otra cosa. En palabras del guruguayo, que me llamó especialmente de Montevideo a Buenos Aires para darme su fórmula mágica, el secreto de su éxito, que es nunca convivir más de tres meses seguidos con su pareja y cada cual tener su propia casa, en palabras que me quedaron grabadas desde entonces: "conviviendo, se pierde un espacio de soledad que toda persona sensible necesita". Si esto pasa conviviendo con un adulto, más aún conviviendo con un hijo que nos reclama a viva voz (vaya a saber uno hasta qué edad), más aún trabajando diez horas diarias (como dijo mi nueva compañera de trabajo: "un hombre sí que puede trabajar diez horas diarias, porque llega a su casa y tiene todo hecho, pero una mujer, que además tiene que llevar la casa, no"). Comparando con lo que me pasa habitualmente, que es caer frita cuando Manuel se duerme, tener mi vida para mí desde las 5 de la tarde hasta las 7 de la mañana, hacer lo que se me antoje cuando se me antoje (excepto en el trabajo, claro) me parece un lujo exorbitante.

Como sabía que estos días iban a venir, en los días previos los fui paladeando, saboreando, acariciando, deseando, y por supuesto llenándolos mentalmente de actividades, en un ímpetu imposible de hacer en diez días todo lo que tengo pendiente desde hace tanto.

Cuando mis hermosos días llegaron, no hice lo que había imaginado, ni en actividades, ni en inactividades, porque tampoco descansé ni dormí la mona como había pensado. Los primeros días disfruté de mis movimientos, mi propio ritmo en todo momento, no tener que acompasarme con nadie, sin hacer nada importante. Al tercer día me di cuenta de que estaba en un estado como de expectativa, en una espera como la del pescador junto a su caña, atento relajadamente a la aparición de algún pececito; pero en una expectativa interior, no exterior. Sentada bajo el cerezo, oyendo los pajaritos, mirando crecer el pasto, me pregunté qué quería hacer, y la respuesta llegó clara y rápida: escucharme, escucharme, escucharme, escucharme. No hablar, y escucharme. En el silencio, escucharme. Recuperarme, sanarme, reencontrarme, abrazarme y darme espacio.

Mientras tanto el bochorno estival había ido dando paso a un preludio de tormenta. Truenos aislados y lejanos se acercaron acompañando la oscuridad celeste. (Una oscuridad celeste, bonito oxímoron. No miento: es celeste en tanto propio del cielo, pero si pensamos en el color celeste, ¡flor de oxímoron!) Con el agudo sentido de la oportunidad que me caracteriza, justo antes de la tormenta me dediqué a dos actividades antagónicas a la lluvia: regar y lavar ropa (dos tandas a falta de una), así que cuando cayeron las primeras gotas yo estaba colgando la segunda tanda afuera, todavía preguntándome si llovería o no, porque una parte del cielo estaba despejada, y en un rapto de adaptación a las circunstancias que no siempre me resulta fácil, descolgué lo colgado y lo sin colgar y metí todo adentro de casa, a secarse como se pudiera.

Me hice un buen plato de comida y me encontré pensado tantas cosas que quería escribir, y aquí estoy, en ello, disfrutando.

Manuel dijo:

"La estrella despertina despierta a la Luna para que venga y se vaya el Sol, y la estrella matutina despierta al Sol para que venga y se vaya la Luna."
(Estábamos a la noche asomados por la ventana de su cuarto mirando la luna llena y cuando le hablé de la estrella vespertina, al escuchar la palabra por primera vez entendió despertina.)

Un ángel llamado Laura

En mi búsqueda de fluidez corporal y alivio de mis dolores crónicos, no todo es esoterismo y terapias alternativas: también acepto y busco lo que tenga para darme la medicina tradicional y alopática. Como en el dispensario del pueblo casi cada vez que tengo turno con el médico de cabecera que tengo asignado me atiende alguien diferente, cada tanto pregunto al que me toque en suerte si puede hacer algo por mi espalda. En una de esas veces me tocó una mujer que me dijo que podíamos hacer una radiografía, y si no había lesión me podía derivar al Centro de Rehabilitación del Hospital de la comarca, pero, me dijo, poco hacen los rehabilitadores más que "enseñarme posturas" y cosas así, y lo decía con cara de "no te va a servir de nada". Yo le dije que quería probar lo que fuese, que aceptaba todo lo que pudiera existir, y que adelante con todo.

Después de cumplir los pasos burocráticos respectivos (radiografía, nueva consulta con el médico de cabecera que por una vez no había cambiado, consulta con la médica especialista en el hospital, y asignación de turnos de rehabilitación), llegué un martes a la tarde al Centro de Rehabilitación. Confieso que iba con poca fe, hasta tal punto que casi no voy. Por un lado la medicina pública en este país me resulta bastante deshumanizada, fría y poco comprometida con el paciente, por no hablar de su aspecto burocrático. Ningun médico toca a ningún paciente, atienden mirando el resultado del análisis en la pantalla de la computadora. Por otro lado tengo una larga historia en mi adolescencia de haber ido a hacer lo que entonces llamábamos terapia física, y si bien guardo un estupendo recuerdo de la fisioterapeuta que se ocupó de mí tantos años, porque era muy cálida y me trataba super bien, no tengo tan buen recuerdo de los métodos que empleaba, que trataban mi cuerpo, mi columna y por lo tanto mi espíritu como ladrillos rígidos. Y cuando muchos años después intenté volver a hacer algo así todavía en Argentina, me encontré con una persona tan desagradable y con un ambiente que me trajo tan malos recuerdos que no volví nunca más. Y, fundamentalmente, la medicina occidental institucionalizada dice que mi espalda ya no puede modificarse porque las vértebras están deformadas, y por supuesto no pienso aceptar esto mientras esté viva, por no perder mis esperanzas y porque me quedó grabada una frase del libro de Berthérat (El cuerpo tiene sus razones): En el cementerio todos los esqueletos se parecen, para explicar que incluso una persona con la columna totalmente deforme, al morir tiene la columna recta, porque sus músculos ya no ejercen presión sobre los huesos; por lo tanto, no eran los huesos el problema sino los músculos.

Teniendo en cuenta todo esto, imaginen lo agradable de mi sorpresa al encontrarme con una fisioterapeuta joven, muy hermosa, muy suave y agradable, que me preguntó montones de cosas, me miró de un lado y del otro, me contó cosas nuevas, y me explicó que las sesiones consistían en una parte de "tratamiento" y otra de enseñarme las posturas para que yo haga en casa todos los días unos minutos. Lo de las posturas va bien, pero lo mejor es que lo que ella llama "tratamiento" es maravilloso, porque con sus manos de hada, super suaves y a veces casi imperceptibles, fue tocando en estas sesiones distintos nudos de mi ser, aflojándolos; al punto que al salir de la tercera sesión, estaba en un estado tal de felicidad y confort que me sentía flotar en una nube. Este ángel había logrado desanudar mi nudo del pecho, aflojando una tensión muy antigua y cada vez más dolorosa. Me sentía tan bien, tan y tan bien, que todavía lo estoy disfrutando.

Y para mejor, salí de ahí y entré en el negocio naturista de la esquina para comprar yerba, y cuando iba a pagar mi vista cayó en un libro sobre los chakras. No era el mismo que había dejado escapar años atrás (véase Espalda y respiración, enero de este año) pero se veía igualmente interesante, y me dije que no me iba a pasar lo mismo por segunda vez, así que me lo compré.

Qué es eso de la pantera; y Pan de humo por fin agradecido

En mi entrada anterior dije "desapareció la pantera, desaparecieron los barrotes" y quiero explicar de qué se trata.

Algo que me ayudó a salvarme la vida este año (además de este blog) es Pan de humo, un blog de poemas comentados que tiene un funcionamiento muy simple y maravilloso: cada miércoles uno de sus integrantes presenta a los demás un poema para ser comentado, y los que quieren dejan su comentario en la entrada. Algo simple, y que si funciona tan bien es gracias a sus integrantes, que aportan cosas maravillosas; muchas veces me siento más enriquecida por los comentarios que por los poemas propuestos. Ahora llegó el momento de agradecer a pan de humo, a todos sus integrantes y en especial a su coordinador, por existir y ayudarme a vivir. Y si ustedes quieren echar un vistazo es muy fácil: acá a la derecha está el link, donde dice Sitios amigos.

Uno de estos poemas comentados fue La pantera de Rainer Maria Rilke, que dice así:

Su mirada, de tanto ver pasar los barrotes,
está tan cansada que ya nada retiene.

Para ella es como si hubiera mil barrotes

y tras los mil barrotes no hubiera mundo.


El blando andar de sus vigorosos pasos elásticos,

que va trazando un círculo minúsculo,

es como una danza de fuerza alrededor de un centro,

donde una voluntad gigantesca yace embotada.


Sólo a veces el telón de sus pupilas

se levanta en silencio. Entonces penetra una imagen,

se desliza por la tensa calma de los miembros,
y al llegar al corazón deja de ser.


Este poema me pegó mucho, se quedó adentro mío como advertencia. Me rebelaba ante su imagen diciéndome que es en el corazón donde tienen que surgir las imágenes que nos liberen, no en el exterior; y cuando me sentía sin salidas me sentía como la pantera dando vueltas en su jaula con la voluntad embotada. Por eso cuando recobré mi ímpetu juvenil y me sentí otra vez libre y fuerte sentí esto: desapareció la pantera, desaparecieron los barrotes.

De paso, ultimamente Rilke viene apareciendo mucho en mi vida, por un lado u otro; señal de que quiere que lo lea, y un pedido así no se puede desoir.

Juventud, divino tesoro

Por una serie de hechos minúsculos y fortuitos que no podemos abarcar en su totalidad, entonces llamamos azar o destino, un viejo amigo a quien había perdido de vista hacía muchos años me encontró en la web, y a través de él reencontré a varios más que también había perdido por el camino. Confieso que lo primero que sentí al ver que tenía a mi alcance la posibilidad de reconectarme con amigos de los que ya no sabía nada desde hacía tanto tiempo, fue una especie de vértigo, alguna clase de reacción de huida, unas ganas de hacerme la otaria y desaparecer, por pensar algo como ¿qué tendremos para decirnos ahora si no nos dijimos nada en tanto tiempo, si yo ahora soy otra y ellos, seguro, también son otros, y ya no nos conocemos?

Y sin embargo no me borré, aproveché la oportunidad para reconectarme con algunos y me hizo muchísimo bien. Me hizo enormemente bien sentir en el presente la buena onda de amigos tan lejanos en el tiempo y en el espacio. Y me hizo muchísimo bien reconectarme con mis sensaciones de hace tantos años. Como a todos ellos les perdí el rastro hace 15 o 20 años, al pensar en ellos inevitablemente volvieron a la superficie mental nuestros últimos recuerdos en común, lo último que supe de ellos, y eso me llevó a recordarme a mí misma 20 años atrás. Me hizo bien recuperar esa sensación de la juventud de que el mundo está por vivirse, de que puedo meterme por un camino y desandarlo si quiero y empezar otro nuevo (justamente lo contrario de lo que venía sintiendo últimamente y me tenía tan agobiada: que el camino que tomé ya no tiene salida, que ya no tengo energía para empezar uno nuevo). Milagrosamente en vez de sentir que eso-era-a- los-20-años-pero-ahora-ya-no-es-posible y deprimirme, milagrosamente recordar mis sensaciones de la juventud me hizo recuperar mi energía en el presente. Como por arte de magia, desapareció la pantera, desaparecieron los barrotes, y me sentí libre y fuerte de nuevo.

Un día perfecto para el pez banana

Después de la tormenta del fin de semana, el lunes nos regaló un día maravilloso: soleado pero fresco, la temperatura ideal (al menos para mí), con calor al sol del mediodía pero sin agobio, brillante, limpio, reluciente, la luz más perfecta del mundo. Salí del trabajo y nos fuimos los tres a tomar la merienda a la orilla del río. Manuel se descalzó y metió las patas en el agua, fue con el agua por los tobillos hasta alcanzar el muelle, después para un lado siguiendo la orilla, para el otro, y nos invitó a nosotros a refrescarnos las patas. Era un día tan perfecto, la luz era tan perfecta, que me acordé de este título de Sallinger: desde que lo leí, cada vez que pienso un día perfecto inevitablemente continúo con para el pez banana.

Agua, alimento divino

¿Qué haríamos sin ella?



Este videíto es de Rubén.

¡¡¡Lluvia!!!

Una tormenta como dios manda. Video nocturno de Rubén. Cinco minutos de lluvia, truenos, relámpagos, y aparición lumínica misteriosa (no fue trucado, y de verdad que no sabemos qué es).


Agua de lago

3 minutos de agua de lago (urbanizado, con ruido de autos y todo, pero es lo que hay) grabado en un anochecer de verano, con poca luz.

Nostalgias vegetales

Algo en lo que no pensé hasta que lo viví: de mis mudanzas, extraño las plantas con las que convivía. Cuando me fui de Buenos Aires lamenté alejarme de los jacarandás (¿o jacarandaes? Árbol de plural díficil si los hay). Para quien no lo conozca, el jacarandá (me quedo con el singular para no complicarme la vida) es un árbol fantástico. Cuando llega la primavera su copa se llena de flores lilas con forma de campánulas, y todavía no tiene ni una hojita verde, con lo cual vemos árboles de copas violetas. Mágicos. Esto dura un tiempo, después aparecen las hojas y conviven con las flores en copas verdivioletas, y después las flores se caen, dejando en el suelo alrededor de cada jacarandá una maravillosa alfombra violeta de florcitas desparramadas primorosamente. Para mayor felicidad, el fruto del jacarandá tiene una corteza doble y dura, casi del tamaño y la forma de una castañuela, que se abre para dejar caer las semillas, y también caen al suelo, permitiendo que las recojamos para jugar con ellas, hacer ikebanas o pintarlas de colores y hacer medallones hippies.

Por obra, según leí por ahí, de un urbanista francés inspirado cuyo nombre no recuerdo, Buenos Aires está llena de jacarandás en muchos de sus barrios, y cada noviembre su magia revive. En Buenos Aires tuve la suerte de vivir cerca de jacarandás en las dos casas en las que viví desde que me fui de la casa de mis padres, y cuando me fui de Buenos Aires me pregunté seriamente cómo haría para sobrevivir a su ausencia. En Valle Hermoso me enamoré de mis nuevas compañeras: la bignonia del jardín trasero, el áloe vera y el cedrón que le regalaron a Rubén, los ciruelos, damascos y durazneros, el falso membrillo o durazno de jardín (me dieron estos dos nombres como posibles) que se llenaba de flores fucsias en medio del invierno, y muchas más, y al dejar Valle Hermoso lamenté dejarlas. Hasta en Salt, suburbio urbanizado y sin gracia, había unos arbolitos con unas florcitas rojas a la vuelta de casa que pudieron acompañarme un poco. Y por supuesto ahora otra vez soy feliz con mis nuevas compañeras.

Pero mi corazón sigue añorando jacarandás, y por eso mi alegría fue enorme cuando días atrás encontré en plena Barcelona dos cuadras llenas de jacarandás en flor (en pleno junio, claro). Fue como reencontrarme con viejos amigos en la otra punta del planeta, y si hubiera podido me habría quedado tomando mate bajo los jacarandás hasta que la última florcita hubiera desaparecido desintegrada en el cemento.


Una mariposa

Estaba caminando por una vereda estrecha. De un lado había un seto alto como yo y del otro un gran camión estacionado. En el espacio entre uno y otro con holgura sólo cabía yo. Yo y una mariposa. Porque al entrar en esa especie de desfiladero apareció sobre mi hombro una mariposa grande, casi totalmente negra (o muy oscura) excepto por un festón blanco cerca del borde de cada ala. Era una mariposa mucho más bella que las que encuentro habitualmente; además, habitualmente, las mariposas no duran mucho a mi lado, rápidamente revolotean hacia otra zona. Yo creo que esta mariposa de hoy habría hecho lo mismo, pero de golpe se encontró metida en el desfiladero del seto y del camión, igual que yo, pero para más inri con mi cuerpo ocupándolo, más la coincidencia cósmica de que íbamos prácticamente al mismo ritmo. Ella intentaba adelantarme dando unas brazadas enérgicas en el aire, pero al instante y sin proponérmelo yo recuperaba la distancia con dos zancadas. Por unos segundos avanzamos juntas, en una compañía improvisada, efímera, y supongo que involuntaria de su parte, caminando y volando como si paseáramos al unísono; hasta que se terminó el camión, y ella, libre, se alejó.

Verano puntual

Ahora mi baldío está lleno de plantas con flores amarillas y otras con flores de un tono pastel entre celeste y lila muy subyugante. Curiosamente, unas cuadras más allá hay otro baldío donde también conviven flores amarillas con flores lilas, pero son otras dos especies vegetales diferentes a las primeras. El calor vino de golpe, como tenía que ser, agobiante y bochornoso, justo al comienzo del verano. Armamos la pileta en el jardín y Manuel disfruta como un pescado, así que por unos días el verano hizo lo que esperábamos de él, pero una semana más tarde volvió a llover.