Este fin de semana tenemos circo en el pueblo: le Cirque de Paris ha venido a vernos, con domador de serpientes incluido. Y se anunciaban en la plaza al lado del pabellón deportivo, es decir a la vuelta de casa. Así que esta mañana cuando estábamos por entrar a la escuela con Manuel vimos del otro lado del patio de la escuela unas casas rodantes y camiones azules que imaginamos del circo. Y cuando lo dejé en la escuela y seguí mi camino habitual: rodear la escuela por una calle que sube, pasar por encima de la pista de tennis que está al lado del pabellón deportivo y en este caso también por encima de las caravanas circenses, cruzar la calle y caminar al lado de mi baldío florido, me encontré con un camello pastando en él, y mirando mejor vi que había dos o tres más, que como estaban sentados se perdían entre las matas, pero ahí estaban, tan campantes como si acabaran de dejar a los Reyes Magos en el pesebre, amén de otro ser de alguna especie animal que no identifiqué pero parecía mas bien chanchesca, todo él negro, cruzando la calle olisqueando cosas buenas. Me quedé un rato mirándolos y me dio ganas de sacarles una foto, los camellos con las casas de siempre y las sierras al fondo, pero con el fresquete de la mañana (empezó lluviosa esta primavera) no reaccioné. Cuando pasé a la tarde seguían ahí, pero esta vez ya estaba armada la carpa azul del circo. ¿Iremos mañana con Manuel? A veces me dice que sí, a veces que no. Por lo menos iremos a ver los camellos al baldío.
Ilustración: Luciana Fernández
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Me expando en la ué como gayeta en el agua
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