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Una experiencia física de la complementariedad de los opuestos

El paisaje que nos rodea es muy hermoso, sólo con salir de casa podemos ver algo lindo. Si en vez de salir a pata vamos a dar una vuelta en coche, invariablemente en el camino pasamos por uno o varios lugares hermosos. Muchas veces salimos algún día del fin de semana y volvemos a casa al atardecer (la palabra catalana me gusta mucho: el vespre, que acá pronuncian "vespra"). Viajar en coche con Rubén al volante, que maneja super bien, yo a su lado, con toda la vista a mi disposición y sin tener que preocuparme por manejar, Manuel atrás, escuchando música (últimamante, a pedido de Manu, acompañan los Beatles) es muy relajante y meditativo. A veces la conjunción entre paisaje, luz solar languideciendo y música produce momentos únicos y maravillosos. Siempre me da ganas de compartirlos acá, pero me veo incapaz de describir algo así con palabras, y ni lo intento. Pasar esas imágenes a palabras sería fabricar otro objeto del mundo, un objeto textual, para nada equiparable con lo que yo vivo. (Amo la literatura y amo las descripciones, pero las descripciones de paisajes por lo general no me hacen ver el paisaje sino la maestría de quien lo describe).

A veces lo que vivo así es tan bello que pienso que si lo viera en una película me quedaría maravillada. Hoy hubo algo así. Volvíamos al atardecer de un día nublado, pero al igual que en otros días nublados el sol asomó cuando se acercó al horizonte, porque la capa de nubes quedó más arriba, y donde cielo y tierra se juntan no había nubes. Salimos de la ciudad por una zona alta, y a lo lejos en distintos planos las montañas azules quedaban transfiguradas por la mezcla de neblina y luz solar repentinamente aparecida, antes de desaparecer en la noche. Al frente y un poco a la izquierda el sol asomaba entre las nubes gordas y azulgrises, dorando todo lo que tocaba. Para feliz conjunción, dentro del auto sonaba The fool on the hill, y todo era perfecto.

Más adelante el auto bajó, giró, y he aquí la imagen cinematográficamente subyugante: el deslumbrante paisaje de nubes, rayos solares, montañas neblinosas y siluetas de árboles deshojados quedó condensado en el espejo retrovisor del auto, desplazándose rápidamente en sentido contrario a aquel en que avanzábamos. Me quedé fascinada mirando ese efecto todo lo que duró, hasta que el auto volió a girar, la luz cambió, y todo se acabó.

Más allá, el último juego de luz y niebla ya no estaba en el espejo retrovisor sino a mi izquierda, un poco por delante del perfil de Rubén al volante, y el espejo retrovisor estaba en sombras. Quería seguir mirando el paisaje y el espejo oscuro me estorbaba. Hasta que me di cuenta de que en vez de intentar borrarlo con la mente, imaginando el paisaje que estaba ocultando, podía intentar integrarlo a lo que veía. Me puse a mirar al mismo tiempo el paisaje que se extendía frente al parabrisas, hacia el cual avanzábamos, y el paisaje rectangular que mostraba el espejo retrovisor, iluminado de otra forma, que se alejaba de nosotros en sentido inverso.

Y me acordé del símbolo del yin y el yang, hermoso símbolo de unificación universal y complementaridad de opuestos. Supongo que todos lo conocen (hasta Manuel me lo dibujó hace unos meses): un círculo dividido ondulantemente en una parte oscura y otra clara que se complementan, pero dentro de la zona oscura hay un punto de claridad, y dentro de la zona clara hay un punto de oscuridad. Eso sentí corporalmente con lo que veía: dentro del gran paisaje del parabrisas estaba incluido el pequeño paisaje del retrovisor, que lo invertía. Cuando el paisaje del parabrisas estaba iluminado, el del retrovisor estaba oscuro. Y cuando el del parabrisas estaba oscuro, el del retrovisor estaba iluminado. Nunca antes había experimentado tan físicamente esta complementaridad.


Manuel y sus hipérboles matemáticas

"Mi porcentaje de estar harto del comedor escolar es el siguiente: once mil setecientos veintitrés por ciento."

Mientras lavo los platos me lavo el cerebro

Algo que me atormenta más o menos cada día es constatar que soy muy mala ama de casa. Por supuesto, puedo relativizar el "muy mala" pensando que el estándar que mamé en mi infancia es muy alto (según mi percepción, extenuantemente alto) y que me aliviaría compararme con un estandar no tan elevado, porque mi madre además de llevar adelante una magnífica carrera profesional, en paralelo y sin desmayo se ocupó de marido, tres hijos y hogar impecable también magníficamente. Puedo pensar que no hace falta tener mi casa tan limpia y ordenada como la de mi madre, pero ése es el modelo que todavía tengo internalizado, y no tengo otra referencia de cómo sería un estandar no tan impoluto sino razonablemente poluto. Para colmo vivo en una casa alquilada y en el país que me hospeda el estándar de limpieza hogareña también es más alto que lo que me da el cuero a mí, así que me atormento pensando todo lo que debería hacer para dejar esta casa "limpia" según el estandar reinante cuando nos mudemos y lo veo imposible... en fin, entre una cosa y otra un buen caldo de neurosis.

Así que hoy mientras lavaba los platos y pensaba una vez más en todo esto me propuse irónicamente por qué no hacer una lista de todos mis defectos: tal vez verlos todos juntos enlistados me sirva para sacármelos de encima. (Para equilibrar debería hacer también una lista de mis virtudes, pero probablemente me cueste mucho más hacer la segunda lista que la primera.) Y cuando empecé a listar "soy una mala ama de casa" a continuación pensé "soy una mala empresaria", y ese pensamiento me disparó tantas ideas que me fui rodando para otro lado.

Es evidente que si yo digo "soy una mala empresaria" lo más normal es que me respondan "¿y por qué tendrías que ser empresaria, mala o buena?" Lo mismo que si digo "no soy novelista", ¿quién dijo que tengo que ser novelista? No pasa nada si nunca en mi vida escribo una novela, nada fundamental mío es cuestionado, así como no pasa nada si no soy empresaria (si algo sé de mí, es que no tengo pasta de novelista, es una cuestión de aliento; y también tengo claro que nací para empleada, no para empleadora, por eso tampoco resuelvo el problema de ser mala ama de casa contratando personal doméstico, más allá de que me dé o no el presupuesto para pagar a alguien). Tampoco soy actriz de cine, ni bióloga, ni lingüista, ni triatleta, ni monja zen, por decir algunas de las pocas cosas que no soy, ni buena ni mala.

Entonces, ¿por qué sí me cuestiona el no ser una buena ama de casa? Es cierto, toda persona debe resolver una cantidad de cuestiones prácticas de la vida hogareña, como prepararse una comida, tener algo en la despensa para tener con qué prepararse una comida, tener ropa limpia, procurarse sábanas limpias y un baño desinfectado para conservar su salud, etc etc etc. ¿Toda persona? Quedan exentos los menores de edad, las personas con mucho dinero que puedan delegar estas cuestiones en sus empleados, y también media humanidad: los hombres. Me dirán que eso era antes, que ahora cada vez más hay más hombres que se ocupan de las tareas domésticas a la par que las mujeres... Sí, hay muchos hombres que se ocupan de estas cuestiones. Pero díganme sinceramente si ellos mismos y quienes los rodean lo viven como lo que tiene que ser o como un plus elogiable.

Me acuerdo una vez que hablé con Pepo y me dijo que la imposición de tener la casa limpia para las mujeres, al igual que la imposición de competir para los hombres, era "un veneno". Hoy cuando pensé esto vi muy claro el peso que le doy al ser "ama de casa", cómo lo siento una obligación sólo por el hecho de haber nacido mujer, e incluso a pesar de tener una madre profesional. Es mi obligación tener la casa limpia y ordenada, al menos razonablemente limpia y ordenada, porque si no algo mío fundamental está alterado, casi casi que soy menos persona, o menos mujer, soy una especie de deficiente social, soy un ser reprobable y eso me debilita.

Hace justo un año leímos en el Club de Lectura un libro de Josep Maria Fonalleras que se llama Un any de divorciat (Un año de divorciado) y que es muy divertido. También fue divertido verlo al autor el día del encuentro del Club de Lectura, visiblemente incómodo por la relación que tiene con su obra, porque según explicó ha escrito muchos otros libros muy complicados y poco leídos que son los que él considera su mejor obra, mientras que este libro "menor", que es una recopilación de columnas que escribió en un diario durante su primer año de divorciado, tuvo un éxito de público y ventas inimaginable para el resto de sus obras. Bue, la gracia del libro es que cuenta anécdotas muy comunes que le pasan a muchos hombres al divorciarse y encontrarse solos en un departamento nuevo teniendo que ocuparse de las tareas domésticas por sí mismos tal vez por primera vez en la vida. El hombre cuenta sus desventuras con la ropa para lavar, para planchar, las compras, cocinar, etc. Además de exagerar sus torpezas, un hallazgo del libro es que habla de sí mismo diciendo "el escritor divorciado..." y logra un efecto interesante. "El escritor divorciado" se encuentra por primera vez con la desventura de lavar su ropa, cocinar, decorar un hogar, ocuparse de sus hijos a solas, etc, y cuenta esto con autoironía. Escrito en masculino, tal como está, puede alzarse alguna voz que diga "¿Pero qué clase de cretino es éste que no sabe hacer nada en un hogar?" o bien como contó el autor que le dijo alguien "¡Con razón su mujer se divorció!", pero más allá de esto, probablemente nadie se asombre porque el hombre sea tan torpe e inútil cuando se queda solo. Imaginemos ahora el mismo libro escrito en femenino. Si es "la escritora divorciada..." la que de golpe se queda sola y no sabe poner en marcha el lavarropas, no sabe planchar, no sabe cocinar, etc etc, el efecto de lectura es totalmente diferente y la mayoría creería que está delante de alguna clase de monstruo. Hay frases que sólo por ponerlas en femenino sonarían falsas, irreales, o espeluznantes. ¿Ven hasta qué punto está incorporada la división sexual del trabajo en las circunvoluciones de nuestro cerebro?

Mi madre y muchas mujeres de su generación padecieron la crisis de salir a trabajar y vivir la culpa de no estar en casa con sus hijos esperando al marido con la comida lista, y resolvieron la culpa tratando de ser geniales en ambos campos, tratando de que no se notara que no eran amas de casa con dedicación exclusiva, en resumen, tratando de que no se notara su ausencia. Si perdieron el pellejo en el camino, lo sabrá cada una. Tal vez me toque a mí y a muchas mujeres de mi generación padecer la crisis de trabajar y ser amas de casa mediocres, y vivir la culpa de no querer dejar el pellejo a cambio de ser amas de casa intachables. Ya no sé si lograré vivir sin culpa, ¡ojalá otras lo consigan! porque yo, creo que voy a vivir con la culpa siempre... estos lavados de cerebro vienen bien, pero me duran poco (como todo: lo que se lava, se vuelve a ensuciar, queja de ama de casa)

Fotografía 1: Tmcnem / Dreamstime.com
Fotografía 2: heKaz.

La noia de la perla

Cuando aterricé en Cataluña conocí un matrimonio de rumanos super cultos: ella era ingeniera y él pastor protestante, y les gustaba mucho leer. Ella me habló de un libro que en catalán se llama La noia de la perla (La joven de la perla) y que tiene que ver con Vermeer. Como me gusta mucho Vermeer, me dio ganas de leerlo, pero recién lo leí muchos años después, cuando volvió a hablarme del libro una compañera de trabajo, y me lo prestó. Su autora se llama Tracy Chevalier, y mientras lo leía pensé, con mi característica desinformación, que era un libro ideal para ser convertido en película: efectivamente, la película ya estaba hecha desde hacía cuatro años más o menos.

Lo que más me gustó cuando lo leí fue cómo habla de la composición de los cuadros de Vermeer, y de cómo preparaba sus pinturas (me refiero a los pigmentos para pintar), tan laboriosa y artesanalmente. La historia se deja leer bien y está muy bien construida, porque la autora no da puntada sin hilo: todos los elementos que introduce, hasta los que parecen en la primera lectura absolutamente accesorios, son retomados algunas páginas más adelante y resultan fundamentales para la historia (siguiendo el viejo precepto de Chéjov que tanto cita Piglia: si ponemos un fusil en la primera página, tenemos que hacer algo con él más adelante).

Pero lo que me dejó más marcada del libro cuando lo terminé es cómo refleja una estrategia de supervivencia femenina realista, no idealista, porque la protagonista, una joven de 16 años que trabaja en la casa de Vermeer como criada pero tiene tanta sensibilidad artística como él, para sobrevivir a los peligros que la acechan (el hambre, la peste, acoso sexual de un posible patrón, etc) la estrategia que repite una y otra vez es acallar su ser más personal y no mostrarlo jamás: ni a sus patrones, ni a sus padres, ni a su novio luego marido, ni a sus hijos. Sólo siente que podría sincerarse con sus hermanos, pero la más pequeña muere de peste al comenzar el libro, y el mayor deja todo y se va de marinero huyendo de la miseria de su vida.


... de desnuda que está brilla la estrella...


(...)

Y la vida es misterio; la luz ciega
y la verdad inaccesible asombra;
la adusta perfección jamás se entrega,
y el secreto ideal duerme en la sombra.

Por eso ser sincero es ser potente:
de desnuda que está brilla la estrella;
el agua dice el alma de la fuente
en la voz de cristal que fluye d'ella.

(...)

Rubén Darío

¡Gracias Silví por hacerme acordar!

Fotografías: Rubén Botas


Si cayeras dentro de tu mente, ¿sabrías nadar?

… one simply seeks among a multiplicity of personal levels to find that wich is best for a given setting, a given frame of mind in the given Cannabis experience. There is nothing you must do, no chemical imperative. If you rise to a creative level, it has always been there, accesible. You have probably been there before, but maybe not; maybe this level's existence within you will be a major discovery. Maybe, too, no such level exists within you. Such a fear is always justified, but is no justification for failing to search.

If you fall into a non-productive, non c
reative, non meditative state, the drug has no put you there. You have found that level yourself, and you have passed up the alternatives.

All of this pre-supposes that the individual has some hint of the tecniques of interior travel, the search for self and for thoughts & perceptions; or that the individual will, like a young animal tossed into water, instinctively make the appropriate movements when he first discovers himself in the enveloping, unfamiliar substance of the mind. Many people are past this easy, instinctive stage in skills of the interior journey. A child grown beyond infancy will often go rigid and helpless if tossed into water –he must be taught to swim or, more precisely, must unlearn all of those things which make it impossible to act naturally in a natural medium and so survive. So a grown human must unlearn all
of those things which render him helpless & panicked when confronted by the deep, unfamliar spaces & levels of his mind.

But if the man is frightened and acts unnaturally at being faced with the internal, he cannot with justice accuse Cannabis of having created the dilemma. Cannabis is not a creator, and what frightens, mystifies or exhalts a man in his mind is not built there by the drug. Neither can the search for cause finally rest with Cannabis as a guide or transport; there is no more responsive guide, no more dependably versatile mode to assist a person on his interior journeys. When you take on a guide to something with which you should be so intimately famliar as your mind, the guide should be absolved of all responsability. That responsability reposes instead in the person who needs & selects the guide –he may choose well or poorly. If he chooses out of ignorance, his guide will probably be of bad characther –it will mislead, create false aspects and dimensions alter the physical context of the body & brain so that the journey becomes warped. There are far more such agents available than there are the opposite, the dependable guide, non-interfering but available to asssit: drugs such as Cannabis are rare and, because of the perversions of the institutions rising out of or altered by warped minds, usually difficult to acquire.

Be that as it may, men will always seek the interior self and whether that state is generated through sleep, stupor, euphoria, pain, silence, concentration, hallucination, sensual experience, sensory stimulation or a host or other medium, the search will prevail. There are more natural agents in this world which bring about, generate or cause each of these states than could ever be eradicated by decree, and men will find each of these in turn.


To pass laws to prohibit Cannabis es ignorant; to believe that legalization is the issue is ignorant. To fear yourself and so oppress others is ignorant, to attribute credit for s
elf to a false source is ignorant. To choose destructive drugs and ways of living is ignorant; but so is to fail to appreciate the limits of any drug, destructive or beneficial.

Perhaps the only antidote to ignorance is experience, and to the open person the experience of others is often a good source of discovery as personal trials. The purpose of this book is largely to reveal some of the experiences of other cultures, other periods, with Cannabis and to compare them with our contemporary experience.



William Daniel Drake Jr.: The Connoisseur's Handbook of Marijuana
Straight Arrow Books, The Book Division of Rolling Stone, 1971, San Francisco, California.


Fotografia: Jorge

Idea para un cuento que nunca escribiré

Supongamos que sueño con un hombre que no existe, y en mi sueño nos sentimos, como se dice habitualmente, "el uno para el otro". Supongamos que en mi sueño yo siento que este hombre es perfecto para mí, y también siento que él siente muchas cosas por mí (pero no hay nadie más que yo, porque es un sueño y todo pasa sólo en mi cabeza).

Supongamos que esto es un cuento que trata de una mujer que todas las noches sueña con un hombre que es perfecto para ella, siempre el mismo, alguien que no existe, pero que todas las noches está con ella mientras duerme, y ella es feliz. Supongamos que en el cuento esto pasa todos los días, todas las noches, y los sueños son siempre tan nítidos, claros, realistas e impregnantes como el primero. Supongamos que, despierta, ella no siente nada semejante a lo que siente en sus sueños.

Supongamos que no sé cómo sigue.

Hay que tomar decisiones. ¿El sueño es siempre el mismo, siempre igual a sí mismo, lo que se llama un "sueño recurrente", y siempre tiene en la protagonista el mismo efecto? ¿O en el sueño se repite el hombre soñado y la buena relación con la soñante, pero las anécdotas cambian de un sueño a otro?

En el primer caso, ella sueña siempre lo mismo, siempre con el mismo placer, no hay en la vigilia nada que se compare al placer soñado, y ella opta por ser feliz dormida. Su vida onírica le da la suficiente fortaleza como para sobrellevar su vida de vigilia. Puede seguir así para siempre...

En el segundo caso, otra vez hay que optar (y aquí me voy pareciendo a un chiste de mi infancia que consistía en repetir infinidad de veces una estructura que se bifurcaba siempre en dos opciones, así: si hace esto, no pasa nada, pero si hace lo otro, hay dos posibilidades: o hace aquello, o hace lo de allá, si hace aquello, no pasa nada, pero si hace lo de allá, hay dos posibilidades, y así siguiendo). Bue, vuelvo: si los sueños cambian de anécdota de una noche a otra, ¿cómo cambian? ¿Se mantiene inmutable el idilio? ¿Siguen siendo el uno para el otro noche tras noche? Si es así, no pasa nada, la protagonista puede seguir así para siempre.

Pero podría ser que de noche en noche, a medida que la relación con el hombre soñado evoluciona, empiecen a aparecer los escollos típicos de toda relación humana. Pero no hay nadie más, sólo la soñante. Ella podría descubrir así que sus relaciones en la vida despierta fallan por sus miedos, porque ella proyecta en las personas que conoce los traumas que le quedaron de relaciones anteriores, o porque ella actúa según sus miedos y esto debilita la relación... No sé si me agrada este camino. Lo veo demasiado psicoanalítico y no me atrae demasiado meterme por estos lares.

O sea que volvamos al punto anterior. Ella sueña todas las noches con el mismo hombre irreal. Cada noche vuelven a sentirse mutuamente atraídos el uno por el otro (pero sólo existe ella). Despierta, nuestra protagonista no vive algo así con nadie, y está convencida de que las posibilidades de vivir algo así con alguien real son mínimas, casi nulas. Soñando, se siente de maravillas. Decide vivir su vida aceptando esta relación de sueño y sin cuestionarse nada. Cuenta con esta relación, sabe que cada noche volverá a encontrarse con su enamorado soñado, y que estará bien con él. Las sensaciones de los sueños son siempre tan reales y la dejan tan impregnada de ellas al despertar que se habitúa a que su principal relación sentimental sólo pueda tener lugar mientras duerme.

Chin pun.

Fotografía: Óvulo humano sobre la cabeza de alfiler. Wellcome Images.

La mirada en la voz


Hablo por teléfono con un desconocido por cuestiones de trabajo. Hasta diez minutos antes de llamarlo, no sabía que existía una persona con su nombre en el mundo, no sabía nada sobre él. Durante dos o tres días hablamos y nos escribimos varias veces al día para concretar el trabajo. Siempre es muy correcto y educado. Y la última vez, cuando ya está todo resuelto y no queda más que cortar la comunicación, siento una vibración a través del cable telefónico, una vacilación, un inaudible y casi imperceptible pedido de continuar conectados.

Me quedo pensando en lo que pasó, y me pregunto si no tiene que ver con aquello que llamo La Mirada y que intenté describir en septiembre de 2008. Para mí La Mirada siempre fue un acontecimiento presencial, un encuentro de miradas con la presencia rotunda de los cuerpos ofreciendo su disponibilidad. Tal vez en el futuro, si las comunicaciones a la distancia y con webcam continúan expandiéndose, pueda percibir La Mirada sin la presencia física del otro, pero de momento no me pasó nunca.*

Si no tenemos a mano la posibilidad de mirarnos, ¿podemos percibir lo mismo a través de nuestras voces y, sobre todo, de nuestros silencios? Me acordé de que otras veces ya me pasó sentir vibraciones telefónicas con otros hombres; la diferencia es que en los casos anteriores sí conocía a los hombres y ya nos habíamos encontrado en persona alguna vez. Pero gracias al desconocido y lo extremo de la situación (¿a qué obedece ese magnetismo entre desconocidos? ¿es magia o imaginación?) reconocí algo que antes no había reconocido, y es que La Mirada no es sólo mirada, y puede viajar por teléfono.

Fernando escribió en su blog un texto que me parece muy bello, se llama El mapa de los silencios y la parte que más me gusta dice así:

Entre la gente que conozco hay personas que ocultan su persona tras una catarata de palabras: te encuentras con ellas y no paran de hablar. No paran de hablar de sí o de otros. Sólo al final te preguntan "y tú, ¿qué tal?", con el explícito deseo de que no respondas. La palabra se vuelve aquí máscara de protección para no tener que exponer y exponerse realmente.
Y están las personas para las que el silencio es una forma de conversación. Te encuentras con ellas y te das cuenta de que su rostro silencioso es menos una máscara que una pregunta, una invitación a aproximarte al misterio de su vida. El silencio está ahí como los puntos suspensivos de una relación.

Me niego a elegir entre la palabra y el silencio. Pero tengo nostalgia de los mapas del silencio: los silencios que invitan, los silencios que preguntan, los silencios que acompañan, los silencios espejo, los silencios ventana, los silencios puerta.

En los siete grados de relación, el mapa de los silencios representa el territorio de la intimidad. La seducción es el reino de la palabra y el gesto. La intimidad, el del silencio.
Los vagones del metro son lugares en los que me pregunto por los silencio de los rostros. Allí dejamos nuestro cuerpo en silencio; y de pronto las caras alzan el plano de la existencia humana, del mismo modo que los lugares ruidosos, las cafeterías, se convierten en el baile de máscaras en la azotea del edificio social.
Fernando Broncano

Cuando lo leí, además del elogio exaltado, me salió comentar lo siguiente:

Pocas veces en mi vida me ha pasado hablar por teléfono con un hombre y quedarnos ambos en silencio, y que fuera un silencio pleno, sentido, acariciado, y muy excitante. Hasta que no lo viví, hubiera dicho que es increíble. El teléfono es sonido, parece imposible imaginar que el silencio se pueda transmitir a través suyo. Pero es posible... en contadas ocasiones.

No sé cómo terminar esta entrada, pero me gustó mucho el título que se me ocurrió, la mirada en la voz, me pareció muy sugerente (aunque sin la mayúscula me sugiere cosas diferentes a lo que quise decir) y ya confesé mi amor por los títulos... de paso transcribí este texto de Fernando que es tan hermoso, y su idea del mapa de los silencios, que traté de completar con un modesto ejemplo; y, buscando imágenes en la web, encontré las fotos de una exposición llamada "Gotas" con unas fotografías buenísimas.

* Me equivoqué al escribir esto, La Mirada no puede darse a través de webcams porque si miro en mi computadora la imagen de quien me está mirando, quien me mira me ve a mí mirando para arriba, o para abajo, o para el costado; y si miro a la cámara para que quien me mira me vea como si lo mirara, no veo a la otra persona sino un aparatito. Mientras esta cuestión técnica no se solucione (y no sé cuándo podrá solucionarse) no hay Mirada que se produzca a través de webcams.


Fotografía: Gabriela Hennig

Manuel y sus hipérboles astronómicas

Tiempo atrás le conté a Manuel que cuando era chica teníamos la costumbre de decir cosas como "te quiero de acá al cielo", y que para ampliar el concepto nos fuimos expandiendo así: " te quiero de acá al cielo ida y vuelta", " te quiero de acá al cielo ida y vuelta diez veces, mil veces" etc. Manuel vio que el concepto se podía ampliar más aún, y hace unos días le escuché decir: "me molesta desde el centro de la Tierra hasta Plutón..."

Groucho y yo

Me puse marxista, y se me ocurrió esta verdad de PeroGroucho:

El matrimonio es un conjuro que cae sobre dos personas cuyas vidas cotidianas transcurrían sobre carriles separados pero se sintieron afines y consonantes, y al cabo de algún tiempo las convierte en dos personas cuyas vidas diarias transcurren por un mismo carril pero se sienten desafinadas y disonantes.

¿O no?

Díganme que no, si es posible con ejemplos, por favor.

Nieve nocturna

El sábado fuimos al mar. El domingo nos quedamos en casa. Nublado, empezó a llover a la tarde, y cuando nos fuimos a dormir a la noche seguía lloviendo. Al otro día me levanté como todos los lunes de invierno, en la oscuridad total, salí para el trabajo en la noche matinal, y descubrí que lo que se había juntado durante la noche no era lluvia... sino nieve! Sobre el seto de la entrada, sobre los autos estacionados en la calle, sobre los escombros de la obra que están haciendo: montoncitos blancos acumulados durante la noche. La vereda totalmente helada, bajé la marcha después de un par de patinones, entré al trabajo sin saber lo que de verdad había, y cuando me asomé horas después, ya con el sol de la mañana, descubrí que el baldío de enfrente estaba también blanco!

Después de la nieve vino un dia espléndido, super límpido y radiante, así que cuando salí del trabajo ya se habían derretido todas las blancuras.