Lo que más me gustó cuando lo leí fue cómo habla de la composición de los cuadros de Vermeer, y de cómo preparaba sus pinturas (me refiero a los pigmentos para pintar), tan laboriosa y artesanalmente. La historia se deja leer bien y está muy bien construida, porque la autora no da puntada sin hilo: todos los elementos que introduce, hasta los que parecen en la primera lectura absolutamente accesorios, son retomados algunas páginas más adelante y resultan fundamentales para la historia (siguiendo el viejo precepto de Chéjov que tanto cita Piglia: si ponemos un fusil en la primera página, tenemos que hacer algo con él más adelante).
Pero lo que me dejó más marcada del libro cuando lo terminé es cómo refleja una estrategia de supervivencia femenina realista, no idealista, porque la protagonista, una joven de 16 años que trabaja en la casa de Vermeer como criada pero tiene tanta sensibilidad artística como él, para sobrevivir a los peligros que la acechan (el hambre, la peste, acoso sexual de un posible patrón, etc) la estrategia que repite una y otra vez es acallar su ser más personal y no mostrarlo jamás: ni a sus patrones, ni a sus padres, ni a su novio luego marido, ni a sus hijos. Sólo siente que podría sincerarse con sus hermanos, pero la más pequeña muere de peste al comenzar el libro, y el mayor deja todo y se va de marinero huyendo de la miseria de su vida.
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