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¡Viva la indiferencia!

Cerca de nuestra casa hay una casa con un jardín más o menos grande que da a la calle donde vive un perro. Resulta que pasamos por ahí muy seguido, yendo o viniendo, y por lo general vamos por la vereda del perro porque enfrente hay un terreno donde estacionan coches por donde no resulta cómodo caminar. Al principio, es decir desde que nos mudamos hasta este año, el perro siempre nos ladraba con gusto y ganas, sonoramente, acercándose a la verja y mirándonos intimidatoriamente, es decir: como todo un guardián. Este verano descubrimos que ya no nos ladra más. Con Manuel propusimos varias hipótesis: ya nos nos ladra porque se acostumbró a nosotros, porque se quedó sin cuerdas vocales, porque se jubiló, porque no nos considera importantes... en todo caso, le dije un dia a Manuel, no sólo no nos ladra, sino que nos mata con la indiferencia, porque cuando pasamos ni nos mira, como si no existiéramos. Manuel nunca había oído esa expresión así que le expliqué qué quiere decir, y le pareció muy divertido. Lo escuché usarla varias veces, pero hoy hizo la aplicación más original:

Resulta que otra especie animal con la que convivimos muy a nuestro pesar son las moscas. Hay muchas, omnipresentes, y son francamente una tortura, porque no sólo revolotean sobre la comida, como toda mosca, sino que se pegan a nuestro cuerpo en todo momento, incluso cuando queremos dormir la siesta, y nos despiertan (por lo general de noche y en las habitaciones no joden, pero antes de ayer sí que me despertó una al amanecer, y me puso de los nervios) Un viejo chiste de mi hogar de origen (creí que lo había dicho mi hermano, pero parece que lo dijo mi madre) es que la mosca es Dios, porque vemos una sola y por más que la matemos siempre hay una, es decir: es la misma, que resucita una y otra vez. Esto se aplica en nuestra casa, pero se ve que acá son politeístas, porque siempre son muchas pero por más que las matemos siempre sigue habiendo la misma cantidad (habitualmente entre más de tres y menos de diez, más o menos). Muchas veces nos dedicamos una parte del día a matar moscas con una palmeta, porque el aerosol no parece dar con ellas. Confieso que han despertado mi crueldad, me gustaría no sólo que mueran sino también que sufran un poco antes de morir por todo lo que molestan, pero puestos a elegir prefiero la efectividad antes que la crueldad, es decir prefiero el aplastamiento por la palmeta que el envenenamiento por aerosol.

Aquí viene el comentario de Manuel: hoy a la mañana estábamos en una de nuestras sesiones de asesinato de moscas, y Manuel con la palmeta en la mano me dijo: "¡las mato SIN indiferencia!".

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