Cuando era chica había en casa un tocadiscos (objeto que con el paso del tiempo cambió de nombre y empezó a ser llamado "bandeja") donde escuchábamos los únicos discos disponibles por entonces: los grandes, finitos y negros (ahora hay que aclarar: discos de vinilo). El equipo de música (es decir: esta bandeja, su amplificador y sus parlantes) estaba ubicado en el living-comedor de nuestra casa, al alcance de todos, y desde que éramos chicos nosotros teníamos nuestros propios discos, por ejemplo los de María Elena Walsh, etc.
En algún momento de nuestra preadolescencia, y ya no recuerdo bien por qué porque fue hace mucho (yo tenía más o menos 11 años), mi hermana y yo sentimos la imperiosa necesidad de tener un grabador propio. Ya no me acuerdo si lo que nos impulsaba era tener nuestra propia música en nuestro propio cuarto (compartíamos habitación, y la individuación todavía era un camino compartido por entonces) o si lo que nos importaba era tener música en casets, o grabarnos a nosotras mismas... ya no me acuerdo.
Lo que más o menos me acuerdo es que juntamos algunos ahorros y ayuda parental y nos compramos el objeto deseado. Se parecía bastante a éste de la imagen, pero era más plateado que negro. Eso sí, teclas gigantes (en comparación con lo que vino después) y mecánicas, que hacían un clac! sonoro al apretar el play, el rewind (palabra misteriosa para mí entonces), etc.
Y lo que me acuerdo perfectamente es que nos compramos dos casets para estrenar el aparato, elegidos uno por cada una. Yo elegí la banda musical de Melody (y si, ya se van dando cuenta de cómo es la cosa, no ;-)? ) y Diana eligió un caset de color lila con la foto de un par de tipos que yo desconocía y que se llamaban Simon & Garfunkel (el segundo apellido me hacía pensar en televisores).
Dejemos a Melody de lado ahora: el caset de S & G se volvió parte fundamental de mi vida, y todas las canciones de esa selección son parte de las circunvoluciones de mi cerebro. Son maravillosas, y les dejo ahora una para que disfruten:
Scarborough Fair
Are you going to Scarborough Fair
Parsley, sage, rosemary and thyme
Remember me to one who lives there
She once was a true love of mine
Tell her to make me a cambric shirt
(On the side of a hill in the deep forest green)
Parsley, sage, rosemary and thyme
(Tracing of sparrow on snowcrested brown)
Without no seams nor needle work
(Blankets and bedclothes the child of the mountain)
Then she'll be a true love of mine
(Sleeps unaware of the clarion call)
Tell her to find me an acre of land
(On the side of a hill a sprinkling of leaves)
Parsley, sage, rosemary and thyme
(Washes the grave with silvery tears)
Between the salt water and the sea strands
(A soldier cleans and polishes a gun)
Then she'll be a true love of mine
Tell her to reap it with a sickle of leather
(War bellows blazing in scarlet battalions)
Parsley, sage, rosemary and thyme
(Generals order their soldiers to kill)
And gather it all in a bunch of heather
(And to fight for a cause they've long ago forgotten)
Then she'll be a true love of mine
Are you going to Scarborough Fair
Parsley, sage, rosemary and thyme
Remember me to one who lives there
She once was a true love of mine
Pasó el tiempo, conocí a Rubén y además de volver a escuchar al dueto conocí a su lado muchas más canciones de Paul Simon. Y gracias a él también llegó a mi computadora el Spotify, un programa que permite escuchar música en la computadora sin parar. Es como una radio, porque cada varios temas hay que bancarse uno o dos minutos de publicidad, pero salvo por eso es perfecto: se puede buscar al artista que uno quiera, a la canción, el album, la discográfica, etc, y escuchar horas y horas de música.
Con el Spotify me volví adicta a S & G, porque me vengo a la máquina a la noche, cansada, a hacer mis cosas (e-mail, blog, etc) y pongo la lista de reproducción de S & G en Spotify y me puedo quedar horas escuchándolos. Esté como esté al llegar a la máquina, después de escucharlos un rato estoy en otro estado: una mezcla de paz, bienestar, inspiración melancólica, desprendimiento del mundo... y entre todo lo que volví a escuchar de ellos, y lo nuevo que conocí ahora, hay una canción que me viene acompañando especialmente, y aquí se las dejo, me parece sumamente bella y es la que consigue mayor efecto en mí:
Bleecker Street
Fog's rollin' in off the East River bank
Like a shroud it covers Bleecker Street
Fills the alleys where men sleep
Hides the shepherd from the sheep
Voices leaking from a sad cafe
Smiling faces try to understand
I saw a shadow touch a shadow's hand
On Bleecker Street
A poet reads his crooked rhyme
Holy, holy is his sacrament
Thirty dollars pays your rent
On Bleecker Street
I heard a church bell softly chime
In a melody sustainin'
It's a long road to Canaan
On Bleecker Street
Bleecker Street
LIBROGS - Mis libros en el éter informático
Me expando en la ué como gayeta en el agua
Un corto tanguero
Esto me lo envió Haydée, no sé nada de nada sobre esta gente, pero me gustó muchísimo. No sé cómo meterlo para que se vea directamente acá, por favor sigan la flecha:
http://www.entusbrazos.fr/
http://www.entusbrazos.fr/
Puertas adentro
Un video de Euge que me gustó muchísimo. Me gusta su brevedad y su redondez, me gusta la interioridad expuesta y el abismo entre lo que imaginamos de los demás y la realidad. Y Euge, claro, ¡primera actriz argentina!
Manuel escucha a las púlsares a oído desnudo
El espacio aéreo de nuestro jardín está surcado por aves y naves de muy distinta especie. Entre las fabricadas por el hombre, podemos detallar: aviones, avionetas, helicópteros, ultralivianos o ultraligeros, parapentes, globos aerostáticos... Cada tipo de aeronave emite un sonido diferente, y Manuel reconoce cada uno sin equivocarse jamás. Pero cuando escucha el sonido que la mayoría identificaríamos como el sonido de un avión, él escucha a las púlsares.
Todo empezó gracias al libro Conoce la ciencia por dentro que le regalaron nuestros amigos argentino-aragoneses. En ese libro se lee lo siguiente:
"A veces una estrella puede pesar tanto que se convierte en una bola llamada supernova. Algunas, llamadas púlsares, envían impulsos radioeléctricos que pueden escucharse desde la Tierra."
A partir de entonces Manuel escucha a las púlsares a oído desnudo. En su libro no dice que para escuchar a las púlsares desde la Tierra se necesita un radiotelescopio gigantesco y complicadísimo.
Alguna vez le sugerimos que el sonido de las púlsares se parece al de los aviones, pero ahí quedamos. Al fin y al cabo si en nuestra casa los regalos del árbol de Navidad los deja Papá Noel, los del 6 de enero los dejan los Reyes Magos, y la moneda bajo la almohada cuando se cae un diente la deja el Ratón Pérez, y jamás les vimos la cara a ninguno de ellos, ¿por qué no podemos escuchar las púlsares?
En agosto estuvieron de visita los argentino-aragoneses y paseando juntos por un volcán escuchamos el sonido en cuestión; Manuel dijo que eran las púlsares, y Sandra dijo que era un avión, pero Manuel defendió su idea: no, son las púlsares (Sandra también defendió su idea, pero no lo convenció).
Días más tarde, ya solos, Manuel y yo estábamos en el jardín, y él sacó el tema. Recordó lo que había dicho Sandra, y me dijo "antes yo también creía que eran aviones, pero desde que leí el libro me di cuenta de que eran las púlsares".
Más claro echále agua.
Fotografía: Púlsar de la Nebulosa del Cangrejo. Esta imagen combina imágenes del telescopio HST (rojo), e imágenes en rayos X obtenidas por el telescopio Chandra (azul). NASA (Wikipedia)
Todo empezó gracias al libro Conoce la ciencia por dentro que le regalaron nuestros amigos argentino-aragoneses. En ese libro se lee lo siguiente:
"A veces una estrella puede pesar tanto que se convierte en una bola llamada supernova. Algunas, llamadas púlsares, envían impulsos radioeléctricos que pueden escucharse desde la Tierra."
A partir de entonces Manuel escucha a las púlsares a oído desnudo. En su libro no dice que para escuchar a las púlsares desde la Tierra se necesita un radiotelescopio gigantesco y complicadísimo.
Alguna vez le sugerimos que el sonido de las púlsares se parece al de los aviones, pero ahí quedamos. Al fin y al cabo si en nuestra casa los regalos del árbol de Navidad los deja Papá Noel, los del 6 de enero los dejan los Reyes Magos, y la moneda bajo la almohada cuando se cae un diente la deja el Ratón Pérez, y jamás les vimos la cara a ninguno de ellos, ¿por qué no podemos escuchar las púlsares?
En agosto estuvieron de visita los argentino-aragoneses y paseando juntos por un volcán escuchamos el sonido en cuestión; Manuel dijo que eran las púlsares, y Sandra dijo que era un avión, pero Manuel defendió su idea: no, son las púlsares (Sandra también defendió su idea, pero no lo convenció).
Días más tarde, ya solos, Manuel y yo estábamos en el jardín, y él sacó el tema. Recordó lo que había dicho Sandra, y me dijo "antes yo también creía que eran aviones, pero desde que leí el libro me di cuenta de que eran las púlsares".
Más claro echále agua.
Fotografía: Púlsar de la Nebulosa del Cangrejo. Esta imagen combina imágenes del telescopio HST (rojo), e imágenes en rayos X obtenidas por el telescopio Chandra (azul). NASA (Wikipedia)
La puntualidad de los árboles
El cerezo de nuestro jardín es un adelantado a su época: todavía en pleno bochorno estival ya había empezado a perder sus hojas y alfombrarnos la tierra con ruido a seco. Mis arbolitos amigos de la esquina de mi trabajo, en cambio, justo hoy, exactamente en el equinoccio, comenzaron a enrojecer.
Riego
Si no en mi infancia, yo creo que ya en mi adolescencia identifiqué mi baja autoestima como el mayor problema de mi personalidad, aquella dificultad que organiza y pervierte todo. Como no tengo una sólida autoestima construida desde dentro, las valoraciones que recibo de fuera adquieren grandes repercusiones.
Cada vez que recibo un comentario agradable sobre mí me hace muchísimo bien, más todavía si proviene de alguien a quien yo valoro, y ese bienestar dura un tiempo, que puede ser más largo o más corto, pero tarde o temprano desaparece. Pensando en esto empecé a verme como un terreno seco que chupa ávidamente el riego de los piropos y queda seco de nuevo. No siempre, alterno períodos de terreno seco con otros de humedad vivificante, pero cuando estoy en un período de terreno seco puede ser muy muy seco, y se vuelve desesperante. Me siento tan árida y desértica que hasta el aire me lastima, busco a mi alrededor un poco de agua y no la encuentro, y a veces la aridez me ofusca, empiezo a dar manotazos de asfixiado, hago o digo tonterías, y después me siento mal conmigo misma por eso.
Y no entiendo: ¿por qué me pongo en la situación de esperar que X o Z me digan que me aprecian o valoran –exponiéndome a que no me lo digan y sentirme mal por su silencio– cuando ya me lo han dicho meses atrás? ¿Por qué no puedo acordarme, tener presente los hermosos comentarios que tanto bien me han hecho? Mi viejo amigo pintor que se adensaba en la ginebra tenía otra frase recurrente además de la del dique, decía que todos tenemos dentro un agujero negro y que no podemos meternos dentro de él, sólo recorrer sus bordes. Será eso: tengo adentro un agujero negro como los del espacio exterior, un chupadero de energía que se come las buenas palabras y no las deja volver a salir.
Ese agujero negro es mi propia autovaloración, porque obviamente si yo no me valoro, ¿de qué me sirven que otros sí me valoren? No puedo recibir lo bueno si yo misma no soy terreno apto para el piropo. El libro de Clarissa dice algo sobre esto con lo que me sentí muy identificada al leerlo, justamente en el capítulo sobre "El Patito Feo" (digo "justamente" porque siempre me sentí identificada con este personaje):
Probablemente no hay ningún medio mejor ni más fidedigno de averiguar si una mujer ha pasado por la condición de patito feo en algún momento de su vida o a lo largo de toda su vida que su incapacidad de digerir un cumplido sincero. Aunque semejante comportamiento se podría atribuir a la modestia o a la timidez –y a pesar de que demasiadas heridas graves se despachan a la ligera como "pura timidez"– a menudo un cumplido se rechaza con torpes tartamudeos porque desencadena un automático y desagradable diálogo en la mente de la mujer.
Si alguien le dice que es encantadora o pondera la belleza de su arte o la felicita por algo que su alma inspiró o en lo que participó o intervino, algo en su mente le dice que no lo merece y tú, la persona que la felicita, eres una idiota por pensar tal cosa. En lugar de comprender que la belleza de su alma resplandece cuando ella es ella misma, la mujer cambia de tema y arrebata literalmente el alimento al yo espiritual que vive del reconocimiento y de la admiración.
Clarissa propone que sintamos un ser interior que nos ama incondicionalmente. Este desdoblamiento del propio ser para poder sentir amor me llevó a pensar algo que titulé "el autoamor". Primero me surgió el nombre como una broma ante los libros de autoayuda, pero pensando en el concepto de autoestima, el autoamor podría pensarse como un paso más adelante en esa misma línea. El autoamor vendría a ser vivir enamorada de mí misma, vivir teniendo siempre presentes y sin perder nunca de vista las cosas buenas de mí que soy capaz de sentir cuando me siento bien conmigo misma, cuando me siento amada, respetada y valorada, vivir con todo ese bienestar en primer plano, incluso en los períodos de sequedad exterior, evitando así la sequedad interior.
El mes pasado Carmen propuso para Pan de humo este poema de Derek Walcott. Es muy posible que cuando el autor lo escribió estuviera pensando en algo totalmente diferente a lo que llamo autoamor, pero yo sí lo relacioné.
Love After Love
The time will come
when, with elation
you will greet yourself arriving
at your own door, in your own mirror
and each will smile at the other's welcome,
and say, sit here. Eat.
You will love again the stranger who was your self.
Give wine. Give bread. Give back your heart
to itself, to the stranger who has loved you
all your life, whom you ignored
for another, who knows you by heart.
Take down the love letters from the bookshelf,
the photographs, the desperate notes,
peel your own image from the mirror.
Sit. Feast on your life.
El amor depués del amor
El tiempo vendrá
cuando, con gran alegría,
te saludarás a ti mismo llegando
a tu propia puerta, en tu espejo,
y cada uno sonreirá a la bienvenida del otro,
y dirá, siéntate aquí. Come.
Volverás a amar al extraño que tú mismo fuiste.
Ofrece vino. Ofrece pan. Devuelve tu amor
a sí mismo, al extraño que te ha amado
toda tu vida, a quien ignoraste
por otro, a quien te conoce de memoria.
Recoge las cartas de amor de la estantería,
las fotografías, las notas desesperadas,
despega tu imagen del espejo.
Siéntate. Celebra tu vida.
Carmen había incluido en su propuesta el link a una lectura teatral de este poema, y mirando por ahí encontré esta versión casera que me gustó mucho. Me encanta esta chica, me encanta el tono natural y desenfadado con que habla de sí misma, y esos segundos de transición antes de empezar a decir el poema, cómo se transforma, como si se dijera "esto es serio", y luego lee el poema con intensidad y gozo.
Fotografía: Chema Madoz
Cada vez que recibo un comentario agradable sobre mí me hace muchísimo bien, más todavía si proviene de alguien a quien yo valoro, y ese bienestar dura un tiempo, que puede ser más largo o más corto, pero tarde o temprano desaparece. Pensando en esto empecé a verme como un terreno seco que chupa ávidamente el riego de los piropos y queda seco de nuevo. No siempre, alterno períodos de terreno seco con otros de humedad vivificante, pero cuando estoy en un período de terreno seco puede ser muy muy seco, y se vuelve desesperante. Me siento tan árida y desértica que hasta el aire me lastima, busco a mi alrededor un poco de agua y no la encuentro, y a veces la aridez me ofusca, empiezo a dar manotazos de asfixiado, hago o digo tonterías, y después me siento mal conmigo misma por eso.
Y no entiendo: ¿por qué me pongo en la situación de esperar que X o Z me digan que me aprecian o valoran –exponiéndome a que no me lo digan y sentirme mal por su silencio– cuando ya me lo han dicho meses atrás? ¿Por qué no puedo acordarme, tener presente los hermosos comentarios que tanto bien me han hecho? Mi viejo amigo pintor que se adensaba en la ginebra tenía otra frase recurrente además de la del dique, decía que todos tenemos dentro un agujero negro y que no podemos meternos dentro de él, sólo recorrer sus bordes. Será eso: tengo adentro un agujero negro como los del espacio exterior, un chupadero de energía que se come las buenas palabras y no las deja volver a salir.
Ese agujero negro es mi propia autovaloración, porque obviamente si yo no me valoro, ¿de qué me sirven que otros sí me valoren? No puedo recibir lo bueno si yo misma no soy terreno apto para el piropo. El libro de Clarissa dice algo sobre esto con lo que me sentí muy identificada al leerlo, justamente en el capítulo sobre "El Patito Feo" (digo "justamente" porque siempre me sentí identificada con este personaje):
Probablemente no hay ningún medio mejor ni más fidedigno de averiguar si una mujer ha pasado por la condición de patito feo en algún momento de su vida o a lo largo de toda su vida que su incapacidad de digerir un cumplido sincero. Aunque semejante comportamiento se podría atribuir a la modestia o a la timidez –y a pesar de que demasiadas heridas graves se despachan a la ligera como "pura timidez"– a menudo un cumplido se rechaza con torpes tartamudeos porque desencadena un automático y desagradable diálogo en la mente de la mujer.
Si alguien le dice que es encantadora o pondera la belleza de su arte o la felicita por algo que su alma inspiró o en lo que participó o intervino, algo en su mente le dice que no lo merece y tú, la persona que la felicita, eres una idiota por pensar tal cosa. En lugar de comprender que la belleza de su alma resplandece cuando ella es ella misma, la mujer cambia de tema y arrebata literalmente el alimento al yo espiritual que vive del reconocimiento y de la admiración.
Clarissa Pinkola Estés, Mujeres que corren con los lobos.
La imagen del riego es apropiada y ya otras veces había surgido en mí. Necesito atención, como una planta, si no me marchito. Si nadie atiende, necesito condiciones mínimamente aceptables para sobrevivir, como una planta silvestre. Pero si no encuentro riego en el exterior, tengo que poder dármelo yo misma. Si no llueve lo suficiente como para desarrollarme como una selva tropical, y ni siquiera lo bastante como para ser un campito verde, entonces tengo que adaptarme para ser cactus en el desierto, pero nunca secarme. Los cactus almacenan agua en sus cuerpos carnosos. Tengo que poder fabricarme mis reservas de riego para los períodos de sequía, y saber recurrir a ellos cuando tengo sed.Clarissa propone que sintamos un ser interior que nos ama incondicionalmente. Este desdoblamiento del propio ser para poder sentir amor me llevó a pensar algo que titulé "el autoamor". Primero me surgió el nombre como una broma ante los libros de autoayuda, pero pensando en el concepto de autoestima, el autoamor podría pensarse como un paso más adelante en esa misma línea. El autoamor vendría a ser vivir enamorada de mí misma, vivir teniendo siempre presentes y sin perder nunca de vista las cosas buenas de mí que soy capaz de sentir cuando me siento bien conmigo misma, cuando me siento amada, respetada y valorada, vivir con todo ese bienestar en primer plano, incluso en los períodos de sequedad exterior, evitando así la sequedad interior.
El mes pasado Carmen propuso para Pan de humo este poema de Derek Walcott. Es muy posible que cuando el autor lo escribió estuviera pensando en algo totalmente diferente a lo que llamo autoamor, pero yo sí lo relacioné.
Love After Love
The time will come
when, with elation
you will greet yourself arriving
at your own door, in your own mirror
and each will smile at the other's welcome,
and say, sit here. Eat.
You will love again the stranger who was your self.
Give wine. Give bread. Give back your heart
to itself, to the stranger who has loved you
all your life, whom you ignored
for another, who knows you by heart.
Take down the love letters from the bookshelf,
the photographs, the desperate notes,
peel your own image from the mirror.
Sit. Feast on your life.
El amor depués del amor
El tiempo vendrá
cuando, con gran alegría,
te saludarás a ti mismo llegando
a tu propia puerta, en tu espejo,
y cada uno sonreirá a la bienvenida del otro,
y dirá, siéntate aquí. Come.
Volverás a amar al extraño que tú mismo fuiste.
Ofrece vino. Ofrece pan. Devuelve tu amor
a sí mismo, al extraño que te ha amado
toda tu vida, a quien ignoraste
por otro, a quien te conoce de memoria.
Recoge las cartas de amor de la estantería,
las fotografías, las notas desesperadas,
despega tu imagen del espejo.
Siéntate. Celebra tu vida.
Derek Walcott
Carmen había incluido en su propuesta el link a una lectura teatral de este poema, y mirando por ahí encontré esta versión casera que me gustó mucho. Me encanta esta chica, me encanta el tono natural y desenfadado con que habla de sí misma, y esos segundos de transición antes de empezar a decir el poema, cómo se transforma, como si se dijera "esto es serio", y luego lee el poema con intensidad y gozo.
Fotografía: Chema Madoz
Manuel y los superlativos
"Te voy a contar un chiste de Mis mejores chistes que es super ultra mega giga hiper divertido."
Otro neologismo manuelesco
"A ver, dejame oler... mmmh... qué rico olor a menta! Estás mentalizada! Quiero decir... sacaste olor a menta."
(Quiso oler mi aliento después de haberme lavado los dientes con dentífrico de mentol; él usa un dentífrico con gusto a frutilla).
(Quiso oler mi aliento después de haberme lavado los dientes con dentífrico de mentol; él usa un dentífrico con gusto a frutilla).
Finales
Tantas historias de amor literarias o cinematográficas que han cocinado nuestro cerebro desde nuestra infancia narran más o menos esto: el encuentro de dos personas a partir del cual por lo menos una de ellas siente que la otra es algo especial en su vida, y las más o menos peripecias que viven hasta que esta intuición inicial se hace evidente para todos. Entonces, la obra termina. La continuación de la historia queda a cargo nuestro.
Una obra artística que dura en el tiempo necesariamente tiene que resolver de una u otra manera su final. No pasa con las obras "instantáneas", que se presentan a nuestros ojos en su totalidad en el mismo instante temporal, como por ejemplo un cuadro, una escultura, una instalación, etc. Pero sí pasa sobre todo con las obras literarias (incluyendo el teatro) y cinematográficas, y también con las obras de danza, etc. Cualquier cosa que dura en el tiempo tiene un inicio y un final. Incluso obras extremas como la película Sleep de Andy Warhol que dura seis horas en las cuales lo único que se ve es un hombre durmiendo, necesariamente en algún momento se acaba, y en algún sentido el final organiza la lectura de una obra (esto no es original mío, lamentablemente no tengo las otras 4/5 partes de mi biblioteca conmigo, porque tenía un libro muy bueno que se llama El sentido de un final, de Frank Kermode si recuerdo bien, que habla de esto en literatura).
Otro ejemplo extremo: una vez vi en el Centro Cultural Gral San Martín de Buenos Aires una obra de John Cage cuyo nombre no recuerdo, durante la cual se veían en el escenario distintos elementos (músicos con sus instrumentos, cantantes con sus partituras, creo que también alguien escribiendo a máquina, etc) y cada uno de estos "elementos" hacía un pequeño conjunto de movimientos y sonidos; según la explicación del programa, Cage no había escrito detalladamente una partitura, sino que había escrito una serie de indicaciones para que cada uno de los "elementos" improvisara su parte como le pareciera bien. El conjunto, para mi percepción desacostumbrada a Cage, era de un gran caos. Todo parecía desconectado entre sí, por lo tanto no había de qué agarrarse, no había nada que marcara la evolución de la obra, y me daba la sensación de que podía acabarse en cualquier momento o bien durar eternamente. Un poco asustada me pregunté "¿durará mucho esto?". Y en eso me di cuenta de que en el escenario había un reloj digital, bastante grande y visible, que iba contando los minutos; recordé que el título decía algo sobre o hacía pensar en 60 minutos, y me dije aliviada: "aah, dura una hora". Efectivamente, cuando el reloj marcó 60, la obra terminó, desde mi punto de vista igual a como había empezado 60 minutos antes. Bueno, incluso en este caso extremo, el final organiza la cuestión: el hecho de plantearse una cuestión formal y proponerse que dure 60 minutos da un sentido de lectura al todo.
La cuestión es que en nuestras vidas el único final real e ineludible es la muerte. Y sólo nuestra muerte personal, no la de las personas que nos rodean, porque incluso ante la situación extrema de que haya una catástrofe mundial y quede sola en el planeta, mientras yo siga viva mi historia no se acaba, en cambio si muero mañana mismo mi historia (la mía, no la de quienes me conocen y me añoren) habrá terminado. Por lo tanto las relaciones humanas no tienen un final mientras estemos vivos. Y las historias de amor, después del momento en que la situación inicial del enamoramiento es reconocida y aceptada por los implicados, continúan, y derivan en otra cosa.
Pero desde muy chicos nos rodean narraciones de amor que terminan cuando en la realidad todo empieza, y ese momento que en la realidad es mutante, en la ficción queda congelado y prolongado eternamente. Es como los cuentos de hadas: "se casaron y comieron perdices y vivieron felices". Y ya está, no hace falta contar más.
Me puse a pensar en esto después de ver Antes del atardecer (Before Sunset), la continuación de Antes del amancer (Before Sunrise), una película que vi hace muchos años en el cine y me gustó mucho. Si alguien no vio las películas y cree que alguna vez podrá verlas con placer, que no siga leyendo, porque necesariamente tengo que contar el final de las dos para hablar de lo que quiero.
Antes del amanecer narra la historia de dos jóvenes de 23 años (un joven americano y una joven francesa) que se conocen en un tren y deciden pasar juntos 24 horas vagando por la ciudad de Viena, sin objeto alguno, sólo pasarlo bien, y después cada uno continuar su camino. Durante esas horas juntos por supuesto se enamoran y cuando llega el momento de despedirse se confiesan que quieren volver a verse, y se ponen de acuerdo en encontrarse en el mismo lugar seis meses más adelante. Aquí termina la película. Es hermosa, está muy bien actuada, los diálogos son maravillosos (recuerdo que cuando la vimos hace 15 años dijimos que cada uno de los personajes había dicho en algún momento de la película una frase igual a cosas dichas por amigos nuestros), y la ciudad de Viena tiene un homenaje plástico inolvidable. Queda en cada uno continuar la historia como quiere: ¿se vuelven a encontrar 6 meses más tarde o no?
La continuación nos da la respuesta: él sí volvió a la segunda cita, ella no por una razón de peso incuestionable, y como se habían separado sin darse ningun dato el uno del otro, ni nombre completo, ni dirección ni teléfono, no pudieron comunicarse. Cada uno siguió su vida sin el otro, y él escribió una novela donde cuenta su encuentro, se hace famoso, está de gira por Europa promocionándola, y en el último día la encuentra a ella, que leyó la novela y se acerca a saludarlo. Otra vez pasan unas horas juntos, esta vez paseando por Paris, otras vez los diálogos les permiten sincerarse y conectar, decirse lo que cada uno fue para el otro esos nueve años aunque no se hayan vuelto a ver, lo que significó aquel encuentro fugaz en la vida de cada uno, y al final están juntos en la casa de ella, él a punto de perder el avión que lo devuelve a su hogar en América, a su mujer que no ama y su hijo que sí adora, y la película termina. Todo da para pensar que él pierde voluntariamente el avión para no perderla a ella por segunda vez, pero esto no se ve.
Retomando el topos as time goes by de hace un año (se ve que este tipo de reflexiones me da para la misma época), si hubiera visto estas películas a los 20 años (a la edad de los protagonistas de la primera parte) habría deseado con toda mi alma que se volvieran a encontrar, con la certeza de que juntos está todo bien, y me habría parecido una tortura insoportable los 9 años sin verse; si las hubiera visto a los 30 (a la edad que tienen los protagonistas en la segunda parte, a la edad en que yo vi la primera) habría pensado que la magia del primer encuentro estaba en la brevedad, y que ya nada podría repetirlo; y ahora que las veo a los 40, me digo: ok, él pierde el avión, ella deja a su novio, ¿y después qué? uno, dos, tres meses o años más tarde, el fulgor inicial se transforma en otra cosa, es sólo cuestión de tiempo.
Pero no es esto tan obvio lo que me está dando vueltas en la cabeza, sino otra cosa: cómo nos marcan los finales de las obras que vemos o leemos, cómo también leemos nuestras vidas como si hubiera finales, cuando en realidad no los hay.
Una obra artística que dura en el tiempo necesariamente tiene que resolver de una u otra manera su final. No pasa con las obras "instantáneas", que se presentan a nuestros ojos en su totalidad en el mismo instante temporal, como por ejemplo un cuadro, una escultura, una instalación, etc. Pero sí pasa sobre todo con las obras literarias (incluyendo el teatro) y cinematográficas, y también con las obras de danza, etc. Cualquier cosa que dura en el tiempo tiene un inicio y un final. Incluso obras extremas como la película Sleep de Andy Warhol que dura seis horas en las cuales lo único que se ve es un hombre durmiendo, necesariamente en algún momento se acaba, y en algún sentido el final organiza la lectura de una obra (esto no es original mío, lamentablemente no tengo las otras 4/5 partes de mi biblioteca conmigo, porque tenía un libro muy bueno que se llama El sentido de un final, de Frank Kermode si recuerdo bien, que habla de esto en literatura).
Otro ejemplo extremo: una vez vi en el Centro Cultural Gral San Martín de Buenos Aires una obra de John Cage cuyo nombre no recuerdo, durante la cual se veían en el escenario distintos elementos (músicos con sus instrumentos, cantantes con sus partituras, creo que también alguien escribiendo a máquina, etc) y cada uno de estos "elementos" hacía un pequeño conjunto de movimientos y sonidos; según la explicación del programa, Cage no había escrito detalladamente una partitura, sino que había escrito una serie de indicaciones para que cada uno de los "elementos" improvisara su parte como le pareciera bien. El conjunto, para mi percepción desacostumbrada a Cage, era de un gran caos. Todo parecía desconectado entre sí, por lo tanto no había de qué agarrarse, no había nada que marcara la evolución de la obra, y me daba la sensación de que podía acabarse en cualquier momento o bien durar eternamente. Un poco asustada me pregunté "¿durará mucho esto?". Y en eso me di cuenta de que en el escenario había un reloj digital, bastante grande y visible, que iba contando los minutos; recordé que el título decía algo sobre o hacía pensar en 60 minutos, y me dije aliviada: "aah, dura una hora". Efectivamente, cuando el reloj marcó 60, la obra terminó, desde mi punto de vista igual a como había empezado 60 minutos antes. Bueno, incluso en este caso extremo, el final organiza la cuestión: el hecho de plantearse una cuestión formal y proponerse que dure 60 minutos da un sentido de lectura al todo.
La cuestión es que en nuestras vidas el único final real e ineludible es la muerte. Y sólo nuestra muerte personal, no la de las personas que nos rodean, porque incluso ante la situación extrema de que haya una catástrofe mundial y quede sola en el planeta, mientras yo siga viva mi historia no se acaba, en cambio si muero mañana mismo mi historia (la mía, no la de quienes me conocen y me añoren) habrá terminado. Por lo tanto las relaciones humanas no tienen un final mientras estemos vivos. Y las historias de amor, después del momento en que la situación inicial del enamoramiento es reconocida y aceptada por los implicados, continúan, y derivan en otra cosa.
Pero desde muy chicos nos rodean narraciones de amor que terminan cuando en la realidad todo empieza, y ese momento que en la realidad es mutante, en la ficción queda congelado y prolongado eternamente. Es como los cuentos de hadas: "se casaron y comieron perdices y vivieron felices". Y ya está, no hace falta contar más.
Me puse a pensar en esto después de ver Antes del atardecer (Before Sunset), la continuación de Antes del amancer (Before Sunrise), una película que vi hace muchos años en el cine y me gustó mucho. Si alguien no vio las películas y cree que alguna vez podrá verlas con placer, que no siga leyendo, porque necesariamente tengo que contar el final de las dos para hablar de lo que quiero.
Antes del amanecer narra la historia de dos jóvenes de 23 años (un joven americano y una joven francesa) que se conocen en un tren y deciden pasar juntos 24 horas vagando por la ciudad de Viena, sin objeto alguno, sólo pasarlo bien, y después cada uno continuar su camino. Durante esas horas juntos por supuesto se enamoran y cuando llega el momento de despedirse se confiesan que quieren volver a verse, y se ponen de acuerdo en encontrarse en el mismo lugar seis meses más adelante. Aquí termina la película. Es hermosa, está muy bien actuada, los diálogos son maravillosos (recuerdo que cuando la vimos hace 15 años dijimos que cada uno de los personajes había dicho en algún momento de la película una frase igual a cosas dichas por amigos nuestros), y la ciudad de Viena tiene un homenaje plástico inolvidable. Queda en cada uno continuar la historia como quiere: ¿se vuelven a encontrar 6 meses más tarde o no?
La continuación nos da la respuesta: él sí volvió a la segunda cita, ella no por una razón de peso incuestionable, y como se habían separado sin darse ningun dato el uno del otro, ni nombre completo, ni dirección ni teléfono, no pudieron comunicarse. Cada uno siguió su vida sin el otro, y él escribió una novela donde cuenta su encuentro, se hace famoso, está de gira por Europa promocionándola, y en el último día la encuentra a ella, que leyó la novela y se acerca a saludarlo. Otra vez pasan unas horas juntos, esta vez paseando por Paris, otras vez los diálogos les permiten sincerarse y conectar, decirse lo que cada uno fue para el otro esos nueve años aunque no se hayan vuelto a ver, lo que significó aquel encuentro fugaz en la vida de cada uno, y al final están juntos en la casa de ella, él a punto de perder el avión que lo devuelve a su hogar en América, a su mujer que no ama y su hijo que sí adora, y la película termina. Todo da para pensar que él pierde voluntariamente el avión para no perderla a ella por segunda vez, pero esto no se ve.
Retomando el topos as time goes by de hace un año (se ve que este tipo de reflexiones me da para la misma época), si hubiera visto estas películas a los 20 años (a la edad de los protagonistas de la primera parte) habría deseado con toda mi alma que se volvieran a encontrar, con la certeza de que juntos está todo bien, y me habría parecido una tortura insoportable los 9 años sin verse; si las hubiera visto a los 30 (a la edad que tienen los protagonistas en la segunda parte, a la edad en que yo vi la primera) habría pensado que la magia del primer encuentro estaba en la brevedad, y que ya nada podría repetirlo; y ahora que las veo a los 40, me digo: ok, él pierde el avión, ella deja a su novio, ¿y después qué? uno, dos, tres meses o años más tarde, el fulgor inicial se transforma en otra cosa, es sólo cuestión de tiempo.
Pero no es esto tan obvio lo que me está dando vueltas en la cabeza, sino otra cosa: cómo nos marcan los finales de las obras que vemos o leemos, cómo también leemos nuestras vidas como si hubiera finales, cuando en realidad no los hay.
Un mantra desértico
Tanta agua por tantos lados en mi blog, he aquí una canción (que me gusta mucho, me la hizo conocer Rubén cuando nos conocimos) que habla del poder espiritual de la sequedad (aunque al final, curiosamente, vuelve a aparecer el agua).
A Horse With No Name
On the first part of the journey
I was looking at all the life.
There were plants and birds and rocks and things,
There was sand and hills and rings.
The first thing I met was a fly with a buzz
And the sky with no clouds.
The heat was hot and the ground was dry
But the air was full of sound.
I've been through the desert on a horse with no name
It felt good to be out of the rain.
In the desert you can remember your name
'Cause there ain't no one for to give you no pain.
La, la, la la la la, la la la, la, la
La, la, la la la la, la la la, la, la
After two days, in the desert sun
My skin began to turn red.
After three days in the desert fun
I was looking at a river bed.
And the story it told of a river that flowed
Made me sad to think it was dead.
You see I've been through the desert on a horse with no name,
It felt good to be out of the rain.
In the desert you can remember your name
'Cause there ain't no one for to give you no pain.
La la, la, la la la la, la la la, la, la
La la, la, la la la la, la la la, la, la
After nine days I let the horse run free
'Cause the desert had turned to sea.
There were plants and birds and rocks and things
There was sand and hills and rings.
The ocean is a desert with its life underground
And a perfect disguise above.
Under the cities lies, a heart made of ground
But the humans will give no love.
You see I've been through the desert on a horse with no name
It felt good to be out of the rain.
In the desert you can remember your name,
'Cause there ain't no one for to give you no pain.
La la, la, la la la la, la la la, la, la
La la, la, la la la la, la la la, la, la
La la, la, la la la la, la la la, la, la
Encontré interpretaciones bastante curiosas de esta canción: que habla de la heroína (insistiendo incluso aunque el propio autor no lo admita), que habla de una relación amorosa superficial empezada para olvidar un gran amor, que es una canción mística, y el comentario bastante gracioso del autor, un americano que se crió cerca del desierto de Arizona y luego en Inglaterra donde escribió la canción a los 19 años, que dijo que estaba tan harto de la lluvia inglesa que empezó a recordar las sensaciones del desierto. O sea que todo empezó con el agua... Las veces que viví una sequía me asombró cómo llega un punto en que la ausencia de agua se siente con todo el cuerpo. Seis meses sin llover y por más que uno tenga agua para beber, cocinar y bañarse, llega un momento en que la lluvia se extraña con todo el ser.
A Horse With No Name
On the first part of the journey
I was looking at all the life.
There were plants and birds and rocks and things,
There was sand and hills and rings.
The first thing I met was a fly with a buzz
And the sky with no clouds.
The heat was hot and the ground was dry
But the air was full of sound.
I've been through the desert on a horse with no name
It felt good to be out of the rain.
In the desert you can remember your name
'Cause there ain't no one for to give you no pain.
La, la, la la la la, la la la, la, la
La, la, la la la la, la la la, la, la
After two days, in the desert sun
My skin began to turn red.
After three days in the desert fun
I was looking at a river bed.
And the story it told of a river that flowed
Made me sad to think it was dead.
You see I've been through the desert on a horse with no name,
It felt good to be out of the rain.
In the desert you can remember your name
'Cause there ain't no one for to give you no pain.
La la, la, la la la la, la la la, la, la
La la, la, la la la la, la la la, la, la
After nine days I let the horse run free
'Cause the desert had turned to sea.
There were plants and birds and rocks and things
There was sand and hills and rings.
The ocean is a desert with its life underground
And a perfect disguise above.
Under the cities lies, a heart made of ground
But the humans will give no love.
You see I've been through the desert on a horse with no name
It felt good to be out of the rain.
In the desert you can remember your name,
'Cause there ain't no one for to give you no pain.
La la, la, la la la la, la la la, la, la
La la, la, la la la la, la la la, la, la
La la, la, la la la la, la la la, la, la
Dewey Bunnell, ©1971
Encontré interpretaciones bastante curiosas de esta canción: que habla de la heroína (insistiendo incluso aunque el propio autor no lo admita), que habla de una relación amorosa superficial empezada para olvidar un gran amor, que es una canción mística, y el comentario bastante gracioso del autor, un americano que se crió cerca del desierto de Arizona y luego en Inglaterra donde escribió la canción a los 19 años, que dijo que estaba tan harto de la lluvia inglesa que empezó a recordar las sensaciones del desierto. O sea que todo empezó con el agua... Las veces que viví una sequía me asombró cómo llega un punto en que la ausencia de agua se siente con todo el cuerpo. Seis meses sin llover y por más que uno tenga agua para beber, cocinar y bañarse, llega un momento en que la lluvia se extraña con todo el ser.
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