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Finales III

Muchos años atrás, probablemente en 1991 que es cuando salió publicado, leí un artículo de Martin Walser que empieza así:

Todavía no se ha regresado del todo de un viaje cuando se está de nuevo en el hogar. Ni se está a solas por el mero hecho de haber cerrado tras de sí la puerta de la casa. Hay que pasar en la propia habitación tantos días como los que se anduvo de viaje hasta que se pueda estar de nuevo a solas e intentar hacer algo sensato consigo mismo.

Esta idea me quedó grabada y, no sé por qué, siempre me pregunté si era aplicable a las relaciones amorosas. Aunque me atrae mucho la idea, debo reconocer que en mi caso, que es de lo único que puedo hablar con un poquito de conocimiento, no se dio así: después de nueve años de relación, no necesité otros nueve para sentirme del todo separada, si recuerdo bien lo duro fue un año o como mucho dos; e incluso si contamos el tiempo como realmente lo siento, es decir que durante los dos últimos años de convivencia la relación estaba terminada pero hicimos el duelo en compañía, tampoco da el mismo tiempo juntos que separados, serían 7 de relación contra 3 o 4 de duelo. Por otro lado, la primera relación que tuve recién separada, que era totalmente light, duró sólo 5 semanas y en cambio yo me quedé enganchada durante 6 meses, hasta que me obligué a dejar de pensar en él. O sea que...

Volví a pensar en esto porque le comenté la idea de Walser a un amigo que se fue de viaje un mes en el verano, no era un viaje de turismo sino un viaje de estudio en el que durante un mes vivió una vida totalmente diferente a la habitual, pero en sí misma rutinaria, una rutina nueva que duró sólo un mes; cuando volvió a su casa al comienzo del otoño le pregunté si ya había llegado del todo, y comentando a Walser me salió decirle: "Alguna vez me pregunté si [esta idea] era trasladable a las relaciones amorosas (que suelen empezar y terminar, como un viaje, mientras las amistades no terminan nunca)"; me salió escribir esto, y después de escribirlo me empecé a indagar:

¿Por qué siento que las relaciones amorosas son como un viaje, que empiezan y terminan, si dije (en septiembre de este año) que el único final real es la muerte, que mientras estemos vivos ninguna relación se termina, aunque ya no veamos más a la persona? Tengo la prueba de esto último gracias al feisbuc (no le tengo simpatía, pero le reconozco este servicio en mi vida): como varios millones de internautas, gracias al fesibuc me reencontré con viejas amistades del pasado desperdigadas por el planeta, y descubrí que aunque no nos hubiéramos visto en 20 años, podemos retomar alguna clase de relación y sentirnos bien el uno con el otro, cada uno en el rincón del mundo donde esté ahora. Sería una muestra de lo que dije antes, que las relaciones no terminan nunca aunque ya no nos veamos. Y sin embargo también reconozco que hay casos en que sí sentimos que algo terminó, e incluso aunque veamos a la persona ya es imposible volver a ese contacto anterior (pero habitualmente cuando sentimos esto preferimos ya no volver a ver a la persona). No pasa únicamente con las relaciones de pareja, hay amistades que también se acaban así. Me dirán que eran amistades demasiado pasionales... puede ser. El caso es que a veces sentimos que algo se rompió, y que la relación ya no se puede recomponer. Y generalmente lo que se rompió es tan fuerte, que ni siquiera nos queda la posibilidad de establecer una relación nueva y totalmente diferente con la persona, simplemente ya no podemos nada con ella.

Todo esto es super obvio, ya lo sé. Estoy intentando desentrañar por qué a veces puedo sentir que nada se pierde y a veces siento que algo es irremediable. ¿Qué es lo que se rompe? ¿Qué es eso tan fuerte? No es sexo, estoy segura, por lo menos no en su sentido más llano.Tampoco es "amor", porque a veces el afecto sigue intacto pero no es posible seguir juntos. Alguna vez escribí:

Dios es el partero de Eva, y Adán, tierra roja, su materia. En todo amor hay una cuota de imaginación. Modelamos nuestra materia íntima hasta crear con ella una figura de rostro humano. Lo que se quiebra cuando una pareja se separa no es el cariño, que puede permancer eterno, sino esa inspiración divina.

Tal vez lo que desaparece es esa inspiración divina que nos hace ver al otro como necesitamos que sea. O tal vez, pensando en las amistades: confianza, confianza en el otro, en que pase lo que pase hay una base subterranea donde todo está bien. Sin esa base no podemos continuar. Que no haya base con un desconocido es lo de esperar, al menos en las grandes ciudades, pero que deje de haber base con alguien con quien sí la hubo, es desesperante. Como me dijo mi hermana citando a un amigo común que citaba a Wittgenstein, la pareja es "el lecho marino", aquello que está en el fondo y ya ni se cuestiona su existencia o no, se da por sentado que existe y sobre eso se contruye lo demás. Una relación que era un "lecho marino" para los integrantes, cuando deja de serlo es muy difícil que se transforme en otra cosa. Si nos separamos de alguien simplemente porque nuestras vidas dejaron de coincidir, porque dejamos de circular por los mismos espacios en los mismos momentos, porque ya no estudiamos juntos ni trabajamos juntos ni vamos a las mismas fiestas ni paseamos por los mismos paisajes, pero la base no se quebró, podemos retomar el contacto donde sea y cuando sea. Supongo que esta es la diferencia, ¿no?

La verdad... no sé si aporta algo todo esto, ni siquiera sé si avancé en algo al escribirlo, pero me hizo bien hacerlo.

Fotografías: rasbcn 2

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