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Manuel descubrió la muerte

Momento histórico. 8 años recién cumplidos. Hora de irse a dormir. Lo dejo en el baño lavándose los dientes y cuando vuelvo a buscarlo lo encuentro llorando desconsolado. Le pregunto qué le pasa y me dice que estaba pensando algo que lo puso muy triste, y cuando le pregunto qué, me dice que estaba pensando en cuando estuviera muerto.

Lo abracé, lo besé, le dije todo lo que se me ocurrió, llamé a Rubén e hicimos cuevita los tres, mimándolo y diciéndole todas las cosas que se nos podían ocurrir, pero nada lo consolaba. Finalmente lo dejamos un rato más después de hora, leyendo en el sillón al lado nuestro, mimándolo, con música, chocolate, y todos los gustos, para que se le pasara la angustia.

¿Qué otra cosa podíamos hacer? Si nadie tiene la respuesta, y a todos nos toca en algún momento preguntarnos y angustiarnos, ¿qué más podemos hacer, que acompañarlo con amor y dejar que él elabore sus propias respuestas? Si tuviéramos una fe o una tradición que nos sostiene, podríamos darle respuestas milenarias, pero no las tenemos.

Le dije que hay gente que piensa que el alma no muere, que hay gente que cree que el alma reencarna, que hay gente que cree que no existe el alma pero que de todas formas nos transformamos en tierra, gusanos, plantitas, etc.

Le dije que todos los seres vivos mueren y hay que aceptarlo, porque ningún cuerpo humano puede durar ni 500 años, como muchísimo 100, pero que somos jóvenes y tenemos muchísimos años por delante para hacer montones de cosas que nos gustan.

Le dijimos que así como sentimos que nuestros abuelos nos acompañan, aunque ya no estén con nosotros, así él seguirá presente siempre.

Le dije que nadie tiene la respuesta, que la muerte es un misterio, que todos en algún momento nos preguntamos por esto y que él encontrará sus propias respuestas, las que le vengan bien a él, que esto es crecer.

¿Pero esto que dijimos es un consuelo? ¿Lava la angustia, cuando nos llegó el momento de preguntarnos por nuestro fin?

Justamente hoy Manuel me demostró que tiene una higiene mental admirable, que su mente sigue su propio camino más allá del entorno. Lo vi por dos cosas: hace un mes que me vengo preguntando cómo serán estas Navidades, cuando por primera vez las pasaremos en Buenos Aires con familia grande, donde nadie tiene la costumbre de hablar de Papá Noel más que metafóricamente y los regalos se dan en mano, mientras que hasta ahora en casa los regalos aparecían mágicamente dejados por Papá Noel en algún momento en que nadie veía. Papá Noel y los Reyes también...

Y me dije que si a Manuel le llegó el momento de enterarse, ya se enterará, independientemente de lo que hagamos, porque con 8 años ya es hora de que se empiece a preguntar, o incluso que algún compañero de escuela lo avive.

Y si tiene ganas de seguir creyendo, como parece ser (porque si hasta ahora aceptó la magia es porque le gusta, tal como le gusta escuchar púlsares en vez de aviones, porque nunca fue muy complicado lo que hicimos), si tiene ganas de creer, seguirá creyendo.

Y hoy a la mañana cuando nos despertamos me dijo que tiene otro diente flojo, y nos pusimos a pensar que a ver si se cae en casa, o en Buenos Aires, o en Córdoba, y Manu me dijo que si se le caía en el avión, el Raton Perez construiría una avioneta silenciosa para ir a dejarle la moneda en el avión. Por lo tanto, pienso que ya se construirá alguna otra hipótesis sobre Papa Noel y los Reyes, de ser necesario.

La segunda prueba es que en estos días Manuel estuvo presente en dos ocasiones en que hablé de cosas que hubiera preferido que no escuchara, y hoy le pregunté, como hago siempre, si había escuchado, si había entendido, y si quería que yo le explicara algo de lo que había escuchado, y me dijo que no hacía falta, porque si eran cosas de grandes, mejor no saber. Me pareció una prodigiosa salud mental, decidir qué lo involucra y qué no.

Por lo tanto, si horas más tarde llora desconsolado por su propia muerte, es que le llegó el momento de pensar en eso, y ahí lo que podamos hacer es bien poco.

De todas formas, me siento muy extraña. Es extraño aceptar que su angustia tiene su propio cenit y nadir.

Fotografías: Chema Madoz

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