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Formas de la espera

Hay la espera con espacio propio, donde nos dedicamos a esperar, tan a medida el espacio para la tarea que hasta lleva su nombre. Sea en aeropuertos, hospitales, oficinas públicas, por más buena voluntad y paciencia con que la encaremos, es la espera que preferiríamos que no existiera.

Hay la espera con nombre y apellido, que transcurre en un lugar y momento concreto, cuando esperamos a alguien: sepa o no la otra persona que la esperamos, la conozcamos o no la conozcamos, nosotros  esperamos a esa persona ahí y entonces.

Hay la espera de un momento, un evento con fecha, algo que sabemos que ocurrirá, pero todavía no llegó su día: el fin de las clases, el comienzo de las vacaciones, un viaje, una ceremonia, un estreno; cuando éramos chicos así esperábamos Navidad, Reyes, nuestro cumpleaños.

Hoy descubrí la forma más difusa de la espera. Dijimos que queríamos volver a vernos;  pasaron los años y no coincidimos, pero seguimos diciendo que queremos volver a vernos. Durante los primeros dos años esperé con intensidad y paciencia; después esperé tangencialmente; más tarde acepté que era materialmente imposible o al menos altamente improbable; hoy descubrí que nunca dejé de esperar, ni siquiera cuando creí que no esperaba dejé de esperar, en el sentido más profundo del verbo, el que deriva en esperanza, el que se expresa con j'espère y no con j'attends, la espera difusa e incorpórea que se disuelve en deseo. Dicen que el que espera desespera, yo diría que el que espera desea.

O, más frutícolamente: el que es pera no es banana.





Escrito en el Bloomsday, ¡larga vida a JJ!





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