En un mes y medio dejamos el pueblo y aterrizamos en Buenos Aires.
Viajamos en pleno solsticio, del verano al invierno, del Norte al Sur, del pueblo pequeño a la gran ciudad, de la casita con jardín al depto con balconcito, de estar los tres solos a vivir con la familia.
Me pongo a hacer cuentas: vuelvo a Buenos Aires después de 11 años dos meses y 23 días de haberme ido, nos vamos de Cataluña después de 6 años 11 meses y 3 días viviendo aquí.
Desde hace unos días me siento un puente viviente: un pie en cada lado del océano y el corazón en el medio.
En un largo ejercicio de Tai Chi que dure un par de meses iré pasando el peso de una pierna a la otra hasta ser de nuevo austral.
Cada vez que doy la noticia a alguien del pueblo, la amarra se afloja un poco más.

Esta despedida tiene el color de las cerezas maduras.

Fotografías: Obnebur
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