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Despedida

Comenzó el tiempo de la despedida.
En un mes y medio dejamos el pueblo y aterrizamos en Buenos Aires.
Viajamos en pleno solsticio, del verano al invierno, del Norte al Sur, del pueblo pequeño a la gran ciudad, de la casita con jardín al depto con balconcito, de estar los tres solos a vivir con la familia.
Me pongo a hacer cuentas: vuelvo a Buenos Aires después de 11 años dos meses y 23 días de haberme ido, nos vamos de Cataluña después de 6 años 11 meses y 3 días viviendo aquí.
Desde hace unos días me siento un puente viviente: un pie en cada lado del océano y el corazón en el medio.
En un largo ejercicio de Tai Chi que dure un par de meses iré pasando el peso de una pierna a la otra hasta ser de nuevo austral.
Cada vez que doy la noticia a alguien del pueblo, la amarra se afloja un poco más.

La naturaleza nos homenajea. Es el mejor momento del año: el aire primaveral cálido y amigable es una caricia amorosa alrededor de mi cuerpo, el sol entibia, calienta, pero no ahoga, el cielo está limpio, los rayos del sol decoran el universo, los pájaros cantan todo el tiempo, todo estalla en verdes y flores; y como regalo de despedida nuestro cerezo por única vez en 5 años se llenó de cerezas accesibles y pudimos cansarnos de juntarlas, comerlas y ¡hasta hacer un frasco de dulce! Qué placer tan sensual buscar las frutas maduras escondidas entre las hojas verdes, arrancarlas, llevarlas a la boca, desprender su carozo y tragar la pulpa...
Esta despedida tiene el color de las cerezas maduras.


Fotografías: Obnebur