Tuve un sueño fabuloso que te va a gustar. Soñé que estaba construyendo una nave espacial. Era chiquita y entrábamos vos y yo. Vos entrabas primera, porque ibas en el asiento de atrás, entrabas por una puertita que había arriba, y yo entraba después. Yo conducía y nos íbamos a Marte, y aterrizábamos en un lugar donde había un poco de hielo, porque era al Norte y era invierno. Marte era casi igual a la Tierra, con hombres, fábricas, de todo. Los que vivían en Marte habían puesto una atmósfera respirable artificial (A.R.A.) y podíamos caminar por Marte sin traje espacial. Yo pensaba "qué bueno que estuviera papá con nosotros, le gustaría esto" y justo cuando pensaba eso veíamos a papá que estaba hablando con un hombre de Marte, y había llegado en otra nave espacial chiquita, negra, con un propulsor delante, como una avioneta. Nosotros habíamos llevado un roverlunar para explorar Marte. Yo lo conducía e iba solo. Tenía un baldecito y una palita y juntaba un poco de hielo de Marte. Después nos volvíamos los tres, las dos naves espaciales una al lado de la otra, y cuando llegábamos a casa yo guardaba enseguida el hielo de Marte en la heladera.
El infierno de los vivos no es algo que será, hay uno, es aquel que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje contínuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.
Palabras de Marco Polo a Kublai Kan, escritas por Italo Calvino en Las ciudades invisibles.
// Marina Pérez Muraro // Blog actualizado: cuentogotas // Librogs: Fábulas sensuales - Los cuentos de Matías - Tuc - La vie standing there - Zona crepuscular - Sirenas - El tercero //
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