Reconocía tan bien las caras y sin embargo soy malísima reconociendo autos, y en esto no empeoré, siempre fui mala. Salvo los modelos muy diferenciados (que para mí son, por ejemplo, el Volkswagen escarabajo, el Ford Falcon, el Fitito, la Citroën, si intento hacer una lista extensa no serán más de diez), todos los demás modelos de autos me dan por igual; obviamente no los veo a todos iguales, pero sólo me doy cuenta de qué marca son si me fijo en el logo. Y no reconozco autos pero sí reconozco fuentes tipográficas.
También tenía mucha memoria visual, creo que en general, pero sobre todo relacionada con mi escritura, es decir: si escribía algo, me era muy fácil recordarlo, porque tenía en mi cabeza la imagen de mi letra, como si fuera un dibujo. Esto me servía mucho para estudiar: hacía resúmenes y esquemas porque si escribía lo que tenía que aprender estaba segura de recordarlo después. Y más adelante me era importante tener una agenda y anotar en ella lo que tenía que hacer, pero después nunca la miraba para ver qué tenía que hacer cada día, si lo había escrito ya me acordaba, y confiaba en ello.
Confiaba demasiado. Confiaba tanto en mi memoria, que cuando empezó a fallar sufrí muchas decepciones. Recuerdo algunos hitos claves en mi descubrimiento de que mi memoria ya no era la misma: uno está relatada en "Memorias", uno de los cuentos de Tuc:
Le pido a mis tíos que me cuenten historias de la familia. No aportan mucho, pero Teresa me hace recordar algo.
Teresa me pregunta si yo tengo el relato que escribió mi tío sobre su abuela mi bisabuela. Le digo que yo nunca lo vi. Me hace acordar de un mediodía hace más de doce años, cuando fui con mi primo Esteban a su casa. Ella se acuerda claramente, dice, de mi tío leyendo largas partes de ese relato y después su gesto de darme a mí el manuscrito. Yo me acuerdo de ese día (me acuerdo muchos detalles: que me encontré con Esteban en la placita de Las Heras, que fuimos juntos a la casa de mi tío su padre y era la primera vez que yo entraba a ese depto y así conocí a Teresa, que mi tío cocinó habas, que me sorprendió diciendo que yo era su sobrina preferida) pero no me acuerdo de mi tío leyendo ni dándome el manuscrito, y le digo a Teresa "si yo tuviera eso me acordaría". De pronto algo irrumpe en mi memoria: la imagen de unas hojas amarillentas, escritas a máquina, con tachaduras y correcciones, abrochadas con un gancho, un conjunto de hojas que forman un cuaderno y que es la novela inconclusa de alguien; y me parece recordar que ese objeto está en mi casa. Cuando llego lo busco, y sí, lo tenía yo, y es una novela inconclusa de mi tío. Pero tampoco la memoria de Teresa es absolutamente fiel, porque no habla de mi bisabuela sino de profesores universitarios que desaparecen inexplicablemente. Mi tío dijo, alguna vez, que había pensado en su hermana mi madre cuando lo escribía, y quizá por eso me dio a mí el manuscrito.
Otro se dio cuando me mudé, todavía soltera, de un barrio a otro de Buenos Aires: vaciando armarios me vi en la disyuntiva de seguir conservando una pila inmensa de papeles de la Universidad o bien desprenderme de ellos. Me puse a revisarlos para seleccionar qué conservar y qué tirar, y encontré tantos resúmenes con mi letra y tantas fotocopias subrayadas y anotadas por mí que evidenciaban que había leído libros, capítulos, artículos, etc, etc, de los cuales no recordaba absolutamente nada, ni siquiera que alguna vez hubieran pasado cerca de mis ojos, que me pregunté qué sentido tenía haber estudiado tanto si ya no lo tenía presente en la mente. Apilé los papeles y los medí: desde el suelo llegaban hasta mi rodilla, y los tiré.Otro fue unos años después, a partir de un trámite relacionado con los impuestos, el monotributo y cosas así, justamente no recuerdo los detalles sino el pasmo que me causó encontrarme de golpe en un banco con una empleada inquiriéndome sobre lo que había hecho o tenía que hacer y darme cuenta de que no me acordaba si había hecho o no el trámite anterior que me reclamaban. Me dio tanta angustia que quedé shockeada.
Después me fui acostumbrando, a mi pesar, a las lagunas de mi memoria. Ahora no recuerdo qué tengo que hacer, lo anote o no lo anote. No recuerdo las conversaciones por completo y con detalle, ni las cercanas ni las lejanas, sino chispazos aislados. No recuerdo los nombres ni los cumpleaños (otra cosa que antes recordaba muy bien). No recuerdo las caras, me pasa ahora que me encuentro con alguien por la calle y esa persona me reconoce pero yo no, o yo sé que la conozco pero no recuerdo de dónde. Alguna vez pensé que lo de las caras se debe a todas las mudanzas por las que pasé, porque mi reconocer caras se basaba en buscar en un archivo mental de caras, pero ahora la sensación es que si recuerdo una cara no tengo idea de en qué fichero buscar para encontrarla: ¿es de Buenos Aires? ¿de Punilla? ¿de Girona? ¿de mi pueblo actual? Esto de reconocer las caras gracias a que están asociadas a un lugar es más fuerte de lo que pensaba, más de una vez no reconocí a una persona por encontrármela en un lugar que no asociaba para nada con ella.
Me da rabia que padezco más lagunas en mi vida personal que en lo laboral. Mejor dicho: en mi trabajo casi no tengo lagunas, cosa que a mi empleador le viene muy bien, pero a mí me da rabia. Mis compañeras reconocen por unanimidad que tengo mucha memoria, y cuando necesitan encontrar información sobre algún cliente me preguntan a mí, no sólo porque soy la más antigua en la empresa, sino porque saben que me acuerdo de todo. Trabajamos con clientes de toda España y con algunos cuantos franceses, y de los que pasaron por mis manos recuerdo montones de detalles. Podríamos pensar que me funciona más la memoria en el trabajo por una cuestión de supervivencia... sin embargo mis compañeras recuerdan menos que yo y sobreviven tan bien como yo.
La cuestión es que me fui acostumbrando a mis lagunas de memoria, y del horror inicial fui pasando a la aceptación resignada. Hay que convivir con lo nuevo que nos pasa, y dejar de amargarse por lo que ya no es. Empecé a plantearme hasta qué punto había basado mi identidad en mi memoria. Recordarme tal como era en mi pasado era una fuente de alimentación, me aportaba sostén. Mis recuerdos personales eran una referencia, un lugar a donde acudir para investigarme a mí misma, pensarme en el presente y proyectarme al futuro. Saber qué sentí, pensé, expresé o callé en el pasado me servía para intentar entenderme en el presente. Si no recuerdo qué sentí, qué pensé, qué dije ni qué hice, ¿cómo sé quién soy yo? ¿Cómo puedo decirle a otro quién soy yo con alguna seguridad? Parte del horror de no tener la buena memoria que tenía antes es que ahora me puede ocurrir (ya me ocurrió varias veces) que alguien me diga que yo dije o hice algo en el pasado, y yo no recuerdo para nada eso que me mencionan. El otro está muy seguro de lo que dice, no duda, y yo no me reconozco para nada en lo que me cuenta. No sólo no recuerdo haber hecho o dicho eso, además no me reconozco en la situación, no puedo imaginar qué sentía para hacer o decir lo que me están adjudicando. Podría pensar que los demás tienen tan mala memoria como yo y están recordando algo que nunca pasó, pero esto es una solución al estilo "muerto el perro se acabó la rabia", y no me interesa algo así. Más bien me planteo que yo no soy mis recuerdos. Y que si no tengo recuerdos de mí misma, tendré que reinventarme en el día a día.
Llegué a esto por pensar en la amnesia. No sé nada "real" sobre la amnesia, todo lo que sé es ficcional. Sólo he visto amnésicos en las películas o los libros, en los dibujitos animados en que con un golpe en la cabeza el gato no sabe que está persiguiendo al ratón y al golpe siguiente se acuerda y sigue persiguiéndolo... No sé hasta qué punto todas esas ficciones están cerca o lejos de la realidad. Sospecho que no hay una realidad amnésica homogénea, el cerebro es un gran misterio. Cuando estudié neurolingüísitica con Azcoaga en la Universidad, nos explicaron casos de afasia, y nos dijeron "hay tantas afasias como afásicos", es decir cada enfermo tiene un diseño único, especial de la enfermedad, por más que se reconozcan grandes rasgos. (De paso, una digresión: cuando era chica creía que la peor desgracia física que me podía ocurrir era quedarme ciega, pero cuando estudié la afasia me di cuenta de que me causa mucho más horror: no reconocer los objetos, o no poder nombrarlos, o tenerlos claros en la mente pero no poder pronunciar la palabra, o no poder unir el objeto con el nombre, o cosas así... ¡me da escalofríos de sólo pensarlo!).
Volviendo a la amnesia imaginada: ¿cómo sería despertarnos un día y no recordar quiénes somos? ¿Qué recordaríamos y qué no? ¿Sabríamos nuestro nombre pero no nuestro pasado? ¿No sabríamos ni nuestro nombre pero si nuestra cara, o al mirarnos al espejo veríamos a una persona desconocida? ¿Recordaríamos al menos cómo comer, cómo hacer el amor? ¿Qué sentiríamos hacia las personas que se acercaran tratando de traernos a la luz trozos de nuestro pasado que ellas ven claro mientras para nosotros son sólo sombras? ¿Cómo hace un amnésico para vivir hacia adelante, en qué se basa para pensarse a sí mismo? Sé que es muy extremo el ejemplo, pero me sirvió imaginarlo para llegar a la tranquilidad de alma de poder desligarme de mis recuerdos, aceptar que son precarios, ilusorios, casi irreales, y decirme que lo que cuenta es el presente, cómo me siento ahora y lo que siento de mí y del mundo ahora. Antes creía que si no recordaba mi pasado no era yo misma. Ahora siento que no, yo soy lo que soy ahora. Bien mirado, gracias a perder la memoria me he vuelto más zen, y eso está bueno. Sin angustia, está bueno.
Ayer tuve un ejemplo más de todo esto. Deberíamos formar un grupo de rock nacional que se llame "Los reencontrados del feisbuc", tal vez con Nito Mestre a la cabeza. Gracias al feisbuc me reencuentro con amigos que dejé de ver veinte años atrás. A veces sólo hablamos del presente, pero con un par de ellos se dio que nos remitimos al pasado, tratando de recordar algún momento puntual de nuestras vidas compartidas. Y en las dos ocasiones la sensación fue la de estar armando un rompecabezas: uno tiene algunas piezas, el otro otras, y cuando las juntamos logramos armar una esquina del rompecabezas, la mitad con suerte, pero todavía nos falta mucho para completar el dibujo. De lo que pasó entonces yo recuerdo pinceladas, fragmentos. Si el otro recuerda algún fragmento que encaja con uno mío, podemos unirlos, pero si por mala pata los fragmentos que conservamos cada uno son inconexos, nos queda una gran incógnita en el medio. A veces las piezas encajan aparentemente pero no del todo, y no sabemos cuáles son las que se ajustan más y cuáles menos. Con suerte y viento a favor podemos armar un relato que nos deje tranquilos ahora y dejar de hablar del tema, pero eso no quiere decir que ese relato sea la realidad sobre nuestro pasado. Nunca "sabremos" lo que nos pasó, incluso aunque nosotros mismos hayamos sido los protagonistas de la historia. Es pasado, se diluyó en el aire, se disolvió cuando nuestra moléculas nos abandonaron por otras que ahora nos forman.
Antes recordaba películas. Quiero decir: recordaba tan bien las conversaciones, los momentos compartidos, que podía "ver" las escenas en mi interior, como si un proyector las estuviera reproduciendo en mi cabeza. Pero no puedo vivir reproduciéndome a mí misma todas las cintas de mi pasado todo el tiempo, necesito el "proyector" disponible para poder captar lo que me rodea ahora. Y cuando acudo a una de esas viejas cintas para volver a verla, me encuentro algo semejante a la filmoteca del SHA después del atentado: están todas humedecidas, oxidadas, con agujeros... Lo que pasa es que con alguien con quien nunca nos perdimos el rastro, como por ejemplo mi amiga de Zaragoza, dificilmente nos dé por hablar de las viejas cintas porque lo cotidiano y actual impregna todo. Pero me ha pasado con ella que ella sacara el tema de los recuerdos y las lagunas y me dijera que, entre otras cosas, no se acordaba casi nada de un viaje que hicimos juntas hace quince años. Se acuerda de que viajamos juntas y más o menos a dónde, pero casi nada más. Sospecho que mis viejas cintas están todas apolilladas sean quienes sean sus personajes, pero con los reencontrados del feisbuc impacta más.
Tal como me pasa a mí, supongo que les pasa a los demás: yo no elijo qué recordar. Años atrás me quedó grabada esta frase "Sepan que olvidar lo malo también es tener memoria." Por supuesto no recuerdo de quién es, y las dos fuentes que me suenan posibles por igual son o bien Sigmund Freud o bien el Martin Fierro. Me quedó grabada porque cuando la leí me pareció muy acertada, pero ahora no me reconozco en ella, porque implica un matiz de voluntad aunque sea inconsciente en el recordar y el olvidar, cosa que ya no me creo para nada. Todo me parece producto del azar.
Digamos que estamos metidos o somos parte de un flujo contínuo de estímulos cerebrales, un intercambio contínuo de partículas subatómicas que danzan entrópicamente para todos lados. De todas las partículas que nos forman, algunas chocan contra una membrana interna y dejan su marca, un manchón luminoso más o menos grande según las partículas involucradas en el choque, que tarda en borrarse (¿pero al final siempre se borra?). Así me imagino ahora mis recuerdos. Lo más impactante es verme diciendo "yo no soy mis recuerdos". Se pueden ir a pasear, pueden dejar de acompañarme. Igual sigo viva.
Fotografías: Altazor No logro ajustar bien el tamaño de estas fotos, si están grandes como quiero quedan un poco cortadas (sobre todo la primera, la panorámica) pero si las pongo enteras quedan muy pequeñas. Si pueden vayan a la galería de fliquer de Altazor y mírenlas, además de éstas tiene otras fotografías de cuerpos acuáticos super hermosas (y lean el libro de Huidobro en su honor).
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